100K MADRID-SEGOVIA (XIII edición) ¿Y tú qué eres? Yo soy ULTRAFONDISTA.

 

ULTRAFONDISTA, es una palabra, que así de primeras impresiona. Seguramente todo ultrafondista antes de serlo, ya era fondista; pero ahora además le añades el prefijo ULTRA ('más allá de', 'al otro lado de', 'en grado extremo'), y la palabra resultante adquiere un aspecto bastante imponente.

 

Buscando la definición de ULTRAFONDISTA, rápidamente encuentras una muy sencilla y básica, pero muy esclarecedora:

 

“Es un tipo de atleta especialista en correr muy largas distancias (por lo general superiores a una maratón). Atleta que corre durante mucho tiempo”

 

Pero buscando con un poco más de cariño en la red, di con el Blog de “La Princesa del Desierto” y ahí sí que encontré una buena definición:

 

·         “Ultrafondista es aquel que decide retarse un día y dar un paso más, nace de sueños, de ilusiones propias o creadas por su entorno, un amante de la soledad.

·         Ultrafondista es aquel que no sufre cuando corre, tiene un corazón guerrero y una mente fría.

·         Ultrafondista es un buscador de momentos que le reconfortan, huele el mundo y lo memoriza.

·         Ultrafondista es aquel que escucha su interior, comprende que donde estén sus pensamientos, estarán sus pasos.”

 

Hay una cosa que es básica en el Ultrafondo, de esas que podríamos decir que son de 1º de Ultrafondo. El aspecto físico es super importante, pero el psicológico es, como mínimo, igual de importante. Una carrera de Ultrafondo, para la mayoría de los mortales, nos va a suponer un número de horas elevado finalizarla, y durante todos esos km y horas vas a pasar por multitud de estados de ánimo. Buenos, malos y regulares. Los buenos los afrontas sin problema; los regulares ya con dificultad; y los malos con mucha dificultad. Y es ahí donde el aspecto mental entra en acción y es casi más significativo que el físico. La distancia, ya marca de inicio un nivel de dificultad grande, pero dicha dificultad se puede ver incrementada por la complejidad del recorrido, por la altitud, o por las condiciones climáticas; pero lo que está claro es que una carrera de Ultrafondo, sean cuales sean sus características particulares, van a poner a prueba el límite de cada uno. La ultra distancia es un poco de dignidad y un mucho de humildad.

 



 

Desde mi perspectiva, el ultrafondista no nace, el ultrafondista se hace. Y entre otras cosas, se hace conociendo poco a poco cuáles son y dónde están sus límites. Obviamente no todo el mundo quiere ser ultrafondista. No es algo obligatorio cuando empiezas a correr, tener que hacer carreras de Ultrafondo; y de hecho la gran mayoría de los runners ni se lo plantean. Yo por mi experiencia personal creo que el Ultrafondo está directamente relacionado con ser una persona con inquietudes y con curiosidad. Hay mucha gente que solo se plantea, o solo le atrae, o solo le motivan, los diez miles o las medias. Perfectamente respetable, por supuesto. Yo, en mi caso, cuando me marcaba un objetivo y lo conseguía, enseguida pensaba, ¿y qué habrá más allá?

 

Yo empecé a correr en el 2015, y por supuesto que podríamos recurrir a esa frase topicazo de: “¡si me lo llegan a decir a mí cuando empecé a correr!”. Pues efectivamente, nunca lo hubiera imaginado. Pero sí que tengo que reconocer que siempre sentía una curiosidad tremenda por saber que había y que se escondía detrás de esa distancia que había conseguido por primera vez. Mis primeras carreras fueron de 6-7 km. ¿Seré capaz de hacer 10km? Y cuando los hice, ¿seré capaz algún día de hacer una media maratón? Y lo hice en 2017. Aún recuerdo como si fuera ayer mismo, los nervios y la emoción de mi primera media, además en mi cuidad, en Salamanca. Completé alguna media más y enseguida comencé a darle vueltas a algo ¿Y un maratón, seré capaz de conocer la frontera de los míticos 42km? Y lo hice en 2018. Conquisté esa frontera por primera vez en Gredos, en Los Galayos. ¡Qué momentazo! ¡Joder, si hasta escribí crónica del pre y del post! Hice varias maratones más y enseguida tuve claro que seguro que había vida más allá de los 42km. Que había otros confines por descubrir y que los quería conocer. En 2019, y en los bosques de Navarra llegué a los 68km después de 12 horas de una experiencia maravillosa y muy gratificante. Y después de la Nafarroa, sí que reconozco, que los 100km empezaron a llamar mi atención. Y me lo plantee para junio del 2020. El Gran Trail de Peñalara, que por aquel entonces era todavía de 116km, fue la siguiente barrera que quise conocer y alcanzar. Pero llegó la pandemia y lo cambió todo. Después, y quizás por la inercia de esos tiempos de pandemia tan extraños, una serie de dolencias físicas con periodos de poca actividad, prácticamente hicieron que esas inquietudes de conocer nuevos límites se apagaran.

 



 

Pero de pronto, en junio del 2022, una inesperada conversación todo lo cambia. Alguien me comenta que se ha inscrito en la Madrid-Segovia. Que le apetecían retos nuevos. Básicamente le vine a decir que no estaba en mis objetivos, sobre todo tan a corto plazo, porque estábamos a escasos tres meses vista de la carrera, pero que le iba a dar una vuelta.

 

Y vaya que si le di una la vuelta. En realidad, ya no paré de pensar en ella y ya no me la podía quitar de la cabeza. Le eche un vistazo al recorrido y el hecho de seguir la ruta del Camino de Santiago desde Madrid, fue un aliciente más. Y me puse manos a la obra. Creo que nunca he disfrutado tanto el entrenamiento y la preparación para una carrera, como en esta ocasión. No es la primera vez que me toca preparar una carrera en verano, y tengo que reconocer que me gusta. Para mí, una de las mejores cosas de plantearte un reto u un objetivo, es la preparación. La ilusión, las ganas, el deseo, el esfuerzo, el empeño. El ir descontando los meses, las semanas, los días; y sentir como el gran momento se acerca irremediablemente. Y cuando ya lo tienes ahí mismo, los nervios, la emoción, la intranquilidad, el cosquilleo y esa sonrisilla que se te dibuja en la cara y que no la puedes quitar de ninguna de las maneras. Toda esa mezcla de sensaciones y de emociones que experimentas durante la preparación de tu reto, son muy gratificantes.

 



 

Y de repente, ese momento que veías antes tan lejano, finalmente llega. El día D y la hora H. En mi caso eran el sábado 17 de septiembre, a las 6 de la mañana en la Calle Agustín de Foxá, junto a Plaza Castilla y a la “sombra” de una de las torres KIO, que nunca dejarán de impresionarte con esos 15° de inclinación y esa sensación de “falso” equilibrio. Si la vieran y la conocieran los famosos galos de la irreductible aldea gala de Asterix y Obelix, aparte del cielo, seguro que ya tenían miedo a otra cosa más que se les pudiera caer sobre sus cabezas, a las Torres KIO. Ya no hay remedio, ya no hay marcha atrás, estás ahí porqué tú lo has querido, porqué tú lo has decidido y porqué te has preparado para afrontarlo de la mejor forma posible. Por delante 102 km y un buen porrón de horas.

 

Aprovechas los minutos previos a la salida para saludar a compañeros, en este caso al eterno Edu (¡¡a por su 12 Madrid-Segovia, WTF!!) y a sus sempiternos socios de andanzas y de equipo en esta carrera, Peñu y Julián; y para intentar concentrarte y recordar y tener muy presentes tus planes de carrera. Y no hay tiempo para más, se da la salida. ¡A correr!, y sálvese quien pueda.

 

“Born to run”, nos decía “El Jefe”, Bruce Springsteen, en su mítica canción de mediados de los 70. Aunque nosotros no lo haremos ni en moto, ni por autopista. Y empiezas a correr y a sumar km. Es toda una experiencia recorrer las calles de Madrid a esas horas, de noche, apenas con la luz de las farolas y de los frontales que algun@s ya llevan encendidos, sin nadie por la calle y solo con el ruido de nuestras pisadas y el murmullo de las conversaciones de los corredores. Son 6 km, hasta que finalmente después de cruzar la M-40 por un paso subterráneo, sales finalmente al campo. Enciendes el frontal y a seguir. Esto solo acaba de comenzar.

 



 

“Corre, corre, corre, que te van a echar el guante”, nos advertían Leño y Rosendo Mercado en 1982. 17 km hasta el primer avituallamiento a la altura de Tres Cantos, pero sin llegar a cruzar la carretera de Colmenar, y 27 km hasta el segundo en Colmenar Viejo, donde tengo la primera bolsa. Unos minutos de relax, que aprovechas para comer y beber un poco, para cambiarte de camiseta, para calarte la gorra y para aflojarte un poco los cordones de las zapas, que parece que iban un poco apretados. Y en eso andaba liado, cuando de repente y por sorpresa, aparece Ángela en el avituallamiento. No la esperaba hasta Manzanares. Subidón. Ya me acompañará y me irá dando ánimos en todos los avituallamientos hasta Cercedilla, que no serán pocos; los ánimos y los avituallamientos.

 




 

“Él corría, nunca le enseñaron a andar” nos confesaban Vetusta Morla en su canción “Copenhague”. Y seguimos sumando. 34 km tras el bonito tramo hasta el Puente Medieval sobre el Manzanares, y 42 hasta Manzanares el Real. Primer maratón del día completado, cuarto avituallamiento y un poco de preocupación, porque ya llevo un rato con una incómoda molestia en la corva de la rodilla izquierda. Piensas que será una de esas molestias que a veces se van igual que han llegado, sin avisar. Pero esta vez no es así, ya no me abandonaría hasta Segovia. Y, además, como que me fue cogiendo cariño a lo largo del día, porque su presencia fue siendo más intensa cada vez.

 





“Más y más”, pedían los de “La Unión” en una de sus canciones más famosas; y más y más km es lo que íbamos sumando. 50 hasta la muy animada a esas horas, Plaza Mayor de Mataelpino. Prácticamente mitad de carrera y otra sorpresa más. Mis dos sobrinos, acompañados por su señora madre, aparecen de repente, sin esperarlos y sin previo aviso, a la entrada del pueblo. Gran alegría. Y 58 km hasta el aparcamiento de La Barranca. Brutal el cuestón antes de alcanzar el avituallamiento. De los que hacen pupa a estas alturas. Allí coincido por primera vez con Edu y sus compañeros. Una breve charla con Edu, muy instructiva como siempre, y seguimos.

 




 

“Runnin’Wild”, a correr libre y salvaje, nos animaban Airbourne en su canción. En el km 65 nos plantamos en Cercedilla. Segundo gran avituallamiento del día. Cojo mi segunda bolsa y más de lo mismo. Comer, beber y cambiarme de camiseta y de gorra. Vuelvo a coincidir con Los Peñus y charlo otro rato con Edu. La sensación cuando llegas hasta este punto es que ya no hay retorno. Si llegas hasta aquí, ya hay que llegar a Segovia. Te da la impresión de que ya está cerca, de que ya casi lo tienes, aunque en realidad te queda lo más difícil. Y no me refiero a los km de subida que nos esperan hasta llegar a La Fuenfría, si no a que ya llevas muchas horas y km a las espaldas, que a partir de ahora es cuando las molestias son más frecuentes y que por esa sensación de estar ya tan cerca del objetivo, la retirada o el abandono ya no son una opción. Ya hay que llegar. Sea como sea. Así somos los runners. Para lo bueno y para lo malo.

 

Te pones de nuevo en marcha y toca atravesar Cercedilla. La sensación es curiosa, el día es esplendoroso, con sol y buena temperatura; y ahí estás tú, cruzando el pueblo a las tres y pico de la tarde, mientras la gente disfruta del maravilloso día en las terrazas de bares y restaurantes. Mesas llenas de vasos de cerveza, copas de vino, platos de apetitosas viandas y postres. Los hay que incluso, entre trago y trago, o bocado y bocado, te animan. Charlas animadas, risas, murmullos y vida, mucha vida en las calles de este pueblo ubicado en un enclave privilegiado. ¿Envidia? Pues ninguna, la verdad. En ese momento tenía la convicción de que estaba haciendo lo que más me apetecía del mundo y no me cambiaba por ninguno de ellos.

 

Después de un extenso tramo urbano, dejas a tu izquierda la estación de Cercanías de Cercedilla y encaras el largo tramo de la carretera de Las Dehesas. Varios km por asfalto y de constante subida que se hacen un poco eternos. Pero en esas estaba, cuando de repente oigo el pitido del aviso de km del reloj y al mirar me doy cuenta de que acabo de completar el km 68. ¿Un km y un pitido cualquiera?, para mí no. Al principio de la crónica hablé de conocer el límite de cada uno y los 68 km eran mi límite. Nunca había ido más allá y no sabía ni lo que había, ni que se sentía más allá de esa distancia. Si que es cierto que en ese preciso momento sentí algo de vértigo al saber que estaba entrando en una dimensión desconocida, pero fue cosa de un instante, porque acto seguido el deseo y la curiosidad por saber un poco más de mí, me impulsaron a seguir adelante si cabe con más empeño. Tenía muchas ganas de sentir lo que era hacer 70 km, y lo tenía muy cerca. Pero luego después quería saber lo que era llegar a los 80, luego a los 90 y finalmente a esa cifra mágica de los 100. Los límites no son fijos, tampoco serán infinitos, pero sí que creo que no son una barrera infranqueable, y aunque seguramente nunca lleguemos a conocer cuál es el nuestro, yo de momento, ya se algo más sobre los míos que cuando empecé a correr allá por 2015. Se que para conocerlos la capacidad mental es tan importante o más que la física, y que o aprendes a sufrir o tienes poco que hacer. Recuerdo que en la clase de educación física en el instituto nos hacían una prueba de resistencia que eran los 1.000 metros. Aquello para mí era sufrimiento, angustia, ansiedad, miedo, un tormento, una tortura. Y normalmente no era capaz de completarlo corriendo, me rendía. Ayer no era capaz de sufrir para hacer 1 km, hoy soy capaz de sufrir para hacer más de 100 y sigo en la búsqueda de conocer más, de saber más, de explorar más. Nunca sufrir fue tan satisfactorio.

 



 

Justo antes de coger la pista de la carretera de la República, que me llevará hasta el Puerto de la Fuenfría, dejo atrás varias cosas; el cartel de los 70 km, a Los Peñus y también a mi grupo de acompañantes y animadores. Ya no los volveré a ver hasta Segovia. Los últimos 32 km son sólo para mí.

 

“Run through the jungle”, correr por la jungla y sin mirar atrás; esa era la recomendación de la Credence Clearwater Revival. La subida por la carretera de la República hasta el Puerto de la Fuenfría son 9 km de pendiente progresiva y constante, sin rampas duras, pero sin parar. La verdad que es un tramo muy gratificante, en plena Sierra de Guadarrama y en mitad del bosque. A un lado el macizo de Siete Picos, del otro el Pico El Águila y el Collado Marichiva y al frente el Montón de Trigo y el Cerro Minguete. Sin olvidarnos de los miradores de los Poetas y de la Reina y sus vistas privilegiadas. Un regalo a estas alturas. La pista es ancha y con buen firme. Ya no están las piernas para correr mucho, se trata de coger un buen ritmo y mantenerlo. La idea es llegar lo más entero posible al Puerto y luego desde allí aprovechar los más de 20 km de descenso hasta Segovia. Esa es la idea, luego la realidad será la que sea. La molestia en la corva de la rodilla izquierda no ha desaparecido, tampoco es muy limitante en ese tramo, pero sí que noto que con el paso del tiempo y de los kms va aumentando. Alcanzo finalmente el Puerto de la Fuenfría, uno de mis lugares favoritos de la Sierra. Cruce y encrucijada de caminos, sendas y pistas. Desde allí las opciones de hacer rutas y recorridos es casi infinita. Siempre me reconforta llegar a este punto y por costumbre, o quizás por rutina, siempre le dedico unos momentos para disfrutarlo. Se lo merece.

 

La sugerencia de los Iron Maiden en “Run to the hills”, era corred a las montañas y corred por vuestras vidas. Nos acercamos al segundo maratón del día. Van 80 km, nos quedan 22 para meta y todos favorables y en descenso. Empiezo a bajar y rápidamente me doy cuenta de que no puedo correr. O al menos como a mí me gustaría. La molestia de la corva me impide descender a buen ritmo. Puedo correr, pero no con mucha intensidad, ni durante mucho tiempo. Entonces empiezo una especie de anda-corre, que será el que me prácticamente me lleve hasta meta. Una pena la verdad, porque realmente este es el tramo del que va a depender en gran medida tu marca final en la carrera. Si llegas bien a La Fuenfría, te puedes hinchar a correr hasta Segovia; pero si no llegas bien, pueden ser complicados y duros esos 22 km. Creo que mi situación la asumí pronto, en realidad creo que ya la tenía asumida antes de empezar la bajada. Eran ya muchas horas y muchos km con esa molestia, por lo que en cierto modo me lo esperaba. Seguramente sin ese problema hubiera podido ser sub-14 horas, pero también es cierto que ese mismo problema podría haber sido más grave y haberme tenido que retirar en Cercedilla u otro lugar. Por lo que no era momento de “agarrarse el canasto de las chufas”. Tocaba cambiar el chip y lo hice rápido. Era cuestión de ir km a km. Intentaba correr-trotar lo que pudiera, 400-500 metros, y después andar para relajar la pierna. Y así un km y después otro. Pronto empiezas a ver Segovia a lo lejos, después dejas de verla y en el último tramo de bajada finalmente vuelve a aparecer y ya va a ser tu referencia. La idea era llegar de día, pero al final las circunstancias mandan y lo hice prácticamente con el atardecer.

 

“Keep on running”, ese es el secreto, seguir corriendo. Ya lo presagiaron los The Spencer Davis Group en su muy versionado tema. Los últimos 6-8 km son complicados de explicar. Ya eres consciente de que vas a llegar y de que vas a conquistar tu gesta y tu hazaña particular. Completar la Madrid-Segovia y sus 102 km. Hay un montón de pensamientos que llegan a tu mente y un montón de sensaciones que sientes en tu cuerpo. Y emoción, mucha emoción, sobre todo en el momento en el que pisas las calles de Segovia. En ese momento reconozco que se me saltaron las lágrimas. Transitas por el recorrido urbano de Segovia, casi como flotando, en una nube. Agradeces con efusividad los ánimos y las felicitaciones de algunos lugareños y sin solución de continuidad alcanzas la calle de San Francisco. Oyes mucho murmullo un poco más allá. Mas del que me esperaba, la verdad. Alguien avisa al speaker que un nuevo corredor se acerca a la meta. ¡Joder, será por mí! Y llega el momento en que irrumpo en la Plaza de Azoguejo. “Y aquí tenemos al dorsal 571, Miguel Ángel Rozas”. Pues si era por mí, sí. A mi izquierda el arco de META. A mi derecha, majestuoso, el Acueducto. Empecé esta aventura a los pies de las Torres Kio y lo termino bajo los arcos del Acueducto de Segovia. Un viaje de 102 km de distancia, pero también un viaje de miles de años en cuanto a estilos y evolución arquitectónica. En realidad, no sé si fue un viaje al pasado o un regreso al futuro.

 




 

Ya solo queda el momento, y vaya momento, de cruzar la meta y de paso convertirte en ultrafondista y “Magoviano” (dícese de aquel/aquella que ha sido capaz de completar los 102 km de la Madrid-Segovia). Hay muchísima más gente de la que esperaba. Me aplauden y me felicitan con ganas. Entre ellos mis cuatro animadores favoritos del mundo, con pancartas de apoyo improvisadas, además. Me emociono muchísimo. Qué difícil es siempre explicar el momento de cruzar la meta, y más todavía cuando se trata de ocasiones tan especiales como esta. Algunos hablan de la “euforia del corredor”. El placer que se obtiene después de hacer un ejercicio aeróbico, como correr, durante un tiempo prolongado. Parece ser que hay áreas del cerebro asociadas al bienestar que se ven estimuladas por la producción de las endorfinas tras dos horas de carrera. Al hacer ejercicio intenso se estimula potencialmente la producción de endorfinas. Además, las endorfinas son estimulantes. Y llegas a la meta y todo eso revienta. No puedo explicar las sensaciones de esos instantes, porque son inexplicables y seguramente tod@s las habréis experimentado alguna vez. Si que puedo hablar de las percepciones pasados unos días. Es una mezcla de recompensa al esfuerzo de los días de preparación y al esfuerzo de las más de 14 horas de ese día. De orgullo por haberte planteado algo tan grande y haberlo conseguido. De felicidad porque hoy conoces un poco más de ti y de tus límites. Y de satisfacción por haber sido capaz de conseguir algo así.

 



 

Llega el momento de los agradecimientos. Gracias a la gente de la Madrid-Segovia por hacer realidad algo tan bonito y extraordinario. Que dure mucho. Gracias a Bernardo por aquella conversación del mes de junio, sin la que esto no se hubiera sido posible. Te debo una. Gracias a Edu por sus consejos y recomendaciones. Que buen tío eres. Gracias a Ángela, a Cris, a Luna y a Leo por acompañarme en un día tan especial y por darme sus ánimos y su apoyo en tantos sitios. Fue fundamental. Os quiero. Y gracias a la gente que durante ese día estuvieron pendientes de mí y siguiéndome en la distancia. ¡Qué manera de empujar! Vuestros ánimos me llegaron y me ayudaron mucho, os lo aseguro. Gracias familia y amig@s.

 

1 comentario:

pepa cooks dijo...

Que impresionante crónica y que emocionante... Enhorabuena por una hazaña de este calibre...

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