Emoción es llegar a la meta y llorar

            Crónica Tres Valles por Miguel Ángel Rozas Rodríguez 

Emoción es llegar a la meta y llorar.

                            Felicidad es llegar a la meta y reír.

 

No sé cuál fue el orden, si primero llorar y después reír, o, al contrario, aunque en este caso el orden de los factores no altera el producto; pero esas fueron mis primeras sensaciones al terminar los 22 km del Skyline de Tres Valles 2022.

 

Parece ser que la risa activa unos 17 músculos, la carcajada 430, el llanto 40 y correr más de 200. Muscularmente hablando, Tres Valles fue un éxito para mí. Quizás nunca estuve a ese nivel de actividad. Afortunadamente no he tenido agujetas en todos ellos. Hubiera sido brutal.

 

A veces afirmamos de forma categórica que algo “ha sido lo más de tu vida”. Puede ser lo más importante, lo más difícil, lo más fácil, lo mejor, lo peor, etc. Yo siempre he pensado que es muy difícil decir con un 100% de convencimiento una afirmación de ese tipo, y por tanto quizás lo que voy a decir a continuación sea un poco contradictorio con mi forma de pensar; pero casi con el 100% de seguridad, y sin que sirva de precedente, puedo afirmar que Tres Valles 2022 ha sido la carrera en la que más he disfrutado y en la que más me he emocionado en mi vida como modesto (muy modesto) corredor aficionado y popular.

 



Y es que Tres Valles tiene “algo”, que para mí la hace diferente. Seguramente todas las carreras tienen ese “algo” y quizás tengas que conectar o empatizar o enganchar con ese “algo” para poder llegar al nivel emocional y de plenitud que alcanzo yo con esta prueba. Y no siempre te va a suceder con todas las carreras, del mismo modo que a cada uno nos ocurrirá con una prueba distinta. Yo tengo la impresión de que Tres Valles y yo sintonizamos y emitimos exactamente por la misma onda y además el canal de comunicación es perfectamente comprensible para ambos. Somos polos que, en este caso, nos atraemos.

 

Ya lo conté en mi crónica del 2019, pero desde el segundo uno que descubrí la existencia de esta carrera, algo pasó, que me atrapó. Buscando información sobre la carrera, oí hablar por primera vez de una palabra, la MAGNETOTERMIA. En el 2019 descubrí que efectivamente la MAGNETOTERMIA existía en Tres Valles, y en Las Batuecas, y en la Peña de Francia, y también en La Alberca. Y en 2022, lo he confirmado. No fue casualidad, existe. Os lo juro, pero creo que solo se da aquí, porque es su ESENCIA.

 


 

Yo, con esto de correr por la montaña, siempre parto de una premisa fundamental, que la gran mayoría de los que estamos en la salida “somos gente normal haciendo cosas increíbles y excepcionales”. Y esta carrera lo deja muy claro. Pero quizás la mejor manera para explicar cómo somos capaces de hacer esas cosas increíbles está en esa percepción de la MAGNETOTERMIA. La mejor definición sería que “es una ACTITUD hacia la VIDA”. Y el mejor sinónimo que le podríamos encontrar sería MONTAÑA. Toda esa gente normal que estamos en la línea de salida de carreras como esta es porque en el fondo, y seguramente sin saberlo, sí que sentimos lo que es la MAGNETOTERMIA. Porque está presente en cualquiera de las MONTAÑAS en las que nos pasamos horas y kilómetros entrenando. Da igual que mes sea o en qué estación estemos. Da igual que haga un sol de justicia, que llueva, o que haga frío. Nos da todo igual, porque solo queremos una cosa, estar en la MONTAÑA. Y la MONTAÑA siempre te lo devuelve. Siempre. Nunca te falla. Te regala emociones, aventuras, libertad, retos, felicidad, sufrimiento, silencios, soledad, amigos, amaneceres, atardeceres, … Y algo que a mi particularmente me estremece, y es esa sensación de sentirte tan pequeño e insignificante al lado de la inmensidad de una montaña o en medio de la grandiosidad de la naturaleza.

 

Terminó Tres Valles 2019 y acto seguido ya me puse a pensar en la siguiente edición. Esta carrera tiene la particularidad de que es bianual, con lo que la cita quedaba fijada para el 2021. Pero entre medias pasó lo que todos sabemos, y como otras muchas, la edición del 2021 fue suspendida y aplazada al 2022. Más larga la espera, más ganas de que llegara si cabe. Con la incertidumbre de otra posible cancelación siempre sobrevolando, cual negro nubarrón, esa espera ha sido por momentos dura y prolongada; pero finalmente el 13 de marzo, repetimos hábitos. Madrugón en Salamanca, preparar el petate y carretera y manta hasta La Alberca.

 


 

A esta edición llegué con mucho respeto, como siempre, pero también con algún que otro miedo, lo reconozco. El cuerpo ya empieza a chirriar y a lanzar alguna que otra queja, que además, con el paso del tiempo, van subiendo de tono. A eso se suma unas inesperadas semanas de trabajo muy intenso y de muchas horas. Y para rematar una previsión meteorológica más bien pesimista. Y además esto es Tres Valles, esto es muy duro y eres consciente de que el recorrido no te va a regalar nada. Pero hay que darle una oportunidad al destino, al 13 de marzo y sobre todo a la magia de Las Batuecas y de la Sierra de Francia. Y no nos defraudó. La gente de Tres Valles y la MAGNETOTERMIA chasquearon los dedos y, sorprendentemente, y tras unos días de intensas lluvias por la zona, el día amaneció resplandeciente. Despejado, sol, sin calor y con un poco de fresco. ¡Qué más se podía pedir!

 

Y llegas a La Alberca, alcanzas la Plaza Mayor y te sumerges en el gentío de corredores, acompañantes, organizadores, turistas y lugareños, y empieza a suceder. A mí me sucede. Y sin remediarlo te atrapa. A mí me atrapa. Es como si hubiera algo en el ambiente, en el aire y se apoderara de ti. Te coloniza, te somete y te conquista. Se da la salida y empiezan a desarrollarse los acontecimientos. Ya no hay marcha atrás, pero es que tampoco quieres que la haya, solo quieres ir hacia delante, hacia la MONTAÑA, hacia la naturaleza, hacia los bosques, hacia el silencio. Y además no estás solo, estás tú y la MAGNETOTERMIA.

 

Recorremos varias calles de uno de los pueblos más bellos de España, entre los gritos y los ánimos de un gentío volcado. Finalmente lo dejamos atrás para encarar una pista muy cómoda y unos kilómetros más adelante, sucede el momento que creo que fue el punto de inflexión para mí. Tras tomar una curva a derechas del camino, puedo ver por primera vez con total nitidez la Peña de Francia. Y la ves enorme, imponente, alta y lejana. Sobre todo, alta y lejana. Por un momento piensas que es imposible llegar a su cima y pasar junto al Santuario y al “cohete” de la antena. Y cuando estás en medio de todos esos pensamientos, me doy cuenta de que me ha pasado algo. Yo corriendo suelo tener un rictus y una expresión muy seria y en carreras muy duras, casi rozando lo agónico.  Pero me doy cuenta de que desde que he visto la mole de piedra, una sonrisa se ha instalado en mi cara. Y ya no me va a abandonar en toda la mañana.

 


 

La subida es un puro disfrute. Hay mucha dureza, pero no puedo dejar de disfrutar del momento como nunca lo había hecho. Paso de pensar lo lejos que está la cima, a por favor que no llegue todavía. Parece una locura, pero es así. Disfruto mucho, muchísimo. Saboreo cada zancada por los cortafuegos, por las pequeñas sendas, toco los árboles, las piedras, las hojas y encaro las ultimas rampas por las pedreras heladas completamente eufórico. Los restos de las últimas nevadas se suman para darle un toque casi épico al momento de hacer cumbre finalmente. Puffff…ese momento es pura magia y lo guardo para mí. No puedo explicarlo. En ese momento, a la felicidad total y absoluta que ya traía conmigo, se une una emoción tan intensa que hace que por primera vez tenga la necesidad de ponerme a llorar. Paso junto a las paredes del Santuario y del pedestal de la enorme antena y toco sus piedras y las siento. Ya lo hice hace tres años y lo volveré a hacer siempre que venga. Es como otro chute de energía. Por si ya tenía poca.

 

Reconozco que la Peña de Francia no es una montaña cualquiera para mí. Es la misma sensación que tengo cuando me “enfrento” a mi querido Pico Ocejón. Tienen la particularidad de que son dos picos solitarios y cuando estás al pie de ambos te sobrecoge su tamaño y su grandeza. Pero las ascensiones son muy gratificantes, son como una especie de reto en el que nunca hay vencedor ni vencido; no hay fraudes, ni trampas, ni engaños. Solo esa maravillosa sensación que te dan las montañas de “disfrutar sufriendo”, quizás puede parecer un poco incongruente la expresión, pero es así. Esos kilómetros de duro esfuerzo y de lucha por salvar cientos y cientos de metros positivos de desnivel, se dan por maravillosamente bien empleados cuando finalmente alcanzas sus cimas y te tomas esos instantes mágicos para disfrutar del momento, del silencio más profundo, de unas panorámicas impagables y sobre todo para sentirte el Rey del mundo, porque el mundo, justo en esos instantes, lo tienes a tus pies.

 



A tope de energía encaro la bajada hacia el Paso de los Lobos. Se presenta complicada y peligrosa, porque son pedreras, cubiertas de una fina capa de nieve y de hielo. Pero me encuentro muy bien, con ganas y con confianza. No rozo la temeridad en ningún momento, pero hago una buena bajada, confiando en el calzado y sobre todo en mi concentración y en la buena onda en la que me encontraba. Alcanzamos el avituallamiento y tras la corta subida a la Mesa del Francés, Tres Valles nos hace otro maravilloso regalo a los participantes del Skyline. La senda aérea que recorre toda la cresta desde la Mesa del Francés, hasta el Mirador del Portillo. Es brutal. A ratos por la cresta y otros desviándote hacia la ladera que da al valle de Las Batuecas. La experiencia es grandiosa. Ahora sí que la emoción se suma a la fiesta. Es difícil describir las sensaciones que tuve durante muchos de los tramos de esa parte del recorrido. Senda minúscula a veces, otras sin apenas sendas, otras con sendas muy rotas; piedras, raíces, vegetación, y unas vistas del valle privilegiadas. Un auténtico regalo para los sentidos. Algunos instantes son imborrables. Ese transitar por bosques donde los troncos de los árboles parece que están vestidos para la ocasión con un increíble manto verde. Esa percepción del silencio como pocas veces la puedes tener. Llega a ser tan intenso y profundo el silencio, que te abruma y te estremece. Silencio que, en ocasiones, también te permite percibir todos esos sonidos intrínsecos a la montaña, el bosque y la naturaleza; el murmullo de las hojas de los árboles moviéndose con el impulso del aire, el continuo correr y transitar el agua salvando obstáculos, el canto y trino de las aves que para ti son claramente un “vamos” y un “ánimo”, y sobre todo la increíble sensación de paz. De paz y de plenitud, de estar donde quieres estar y haciendo lo que quieres hacer.

 



 

Finalmente alcanzamos el Mirador del Portillo, donde la algarabía del público allí presente te saca de ese estado casi hipnótico en el que te encuentras después de esos kilómetros de puro disfrute. Vuelves a la realidad y te das cuenta de que ya casi lo tienes, que la meta está a tu alcance y más cerca que nunca. Son sensaciones contrapuestas; por un lado, no quieres que se termine toda esa cascada de maravillosas experiencias que has tenido durante la prueba, pero también eres consciente que el cansancio y desgaste por el esfuerzo se van notando. Quizás sea el momento de un último esfuerzo para poder cruzar la meta y dejar que todas esas sensaciones, emociones y percepciones que has tenido durante el día se expresen como ellas quieran. No me lo pienso dos veces, son unos 2.500 metros de bajada hacia La Alberca y su Plaza Mayor, y me lanzo como un poseso a por la meta. Te vas acercando al pueblo y comienzas a sentir como eso que se ha ido acumulando durante las tres horas de carrera, comienzan a aflorar. Sonríes con más ganas que nunca y enfilas hacia la plaza de la Iglesia, donde la gente te recibe con gritos y aplausos. Chocas las manos de los niñ@s y te sientes no como un superhéroe, no; sino como un tipo normal que acaba de hacer una cosa increíble y excepcional. Última curva, ves a Ángela y ves la META de Tres Valles. Levantas los brazos y gritas. Pasas el arco, y ahora ya no puedo más. La emoción y la felicidad me invaden por completo y el llanto y las risas se mezclan y se combinan como epílogo a una de las mayores, sino la mayor, experiencias de mi vida en el running y el Trail.




Pasan los días y no solo no se apagan esas sensaciones, sino que siguen estando presentes. Va a ser una carrera muy especial por muchas cosas. Centrándonos solo en las cifras de los tiempos, puestos y clasificaciones, estoy super contento. Grandísimas sensaciones toda la carrera, sin un mal momento, regulando bien, comiendo bien, bebiendo bien, muy concentrado siempre, apenas un par de tropezones y con la sensación de que las piernas siempre respondían a mis demandas. Si que es cierto que comencé muy tranquilo hasta llegar a la falda de la Peña de Francia y desde ahí siempre tuve la sensación de ir progresando y ganando muchos más puestos de los que perdía, y las estadísticas finales así me lo confirmaron. Pero más allá de los números, mi verdadero botín en esta maravillosa experiencia de Tres Valles 2022, es el increíble nivel emocional y de felicidad que tuve durante toda la carrera. Difícil, por no decir imposible, explicar la sensación de disfrutar todos y cada uno de los metros y segundos de recorrido y duración de la prueba. Aunque quizás en el fondo sí que podría ser sencillo; si alguien me preguntara por esas sensaciones, las podría explicar con una sola palabra, MAGNETOTERMIA. Pero seguro que después me iba a pedir que le explicara que es la MAGNETOTERMIA, y eso amigo mío, ya sí que es complicado de explicar. Solo hay una forma de entenderlo, venir a la siguiente edición y conocerlo.

 

Dice Manu en el maravilloso video-reportaje resumen de Tres Valles 2022, que “lo hicimos como si fuera la última vez, y volveremos cuando nos vuelva a nacer”. Estoy seguro de que les nacerá otra vez, que volverán y nos darán la oportunidad, a unos de volver y a otros de descubrirlo. Pero Tres Valles tiene y debe volver. Algo como esto es indispensable e imprescindible. Es un regalo. Es magia. Es algo que transciende la mera competición y va mucho más allá. Es encontrarte (o quizás reencontrarte) a ti mismo, que en los tiempos que corren no es nada fácil y a la vez más necesario que nunca.

 

Gracias infinitas a toda la gente que hace posible este milagro que se llama TRES VALLES. A la gente de La Alberca por volcarse en algo tan maravilloso y en especial a los voluntarios por su trabajo, por su dedicación y por todos esos ánimos y aplausos que todos y cada uno de ellos nos dieron, al pasar a su lado. No os podéis hacer una idea que como ayudan.

 

 Come on!!

 

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