Cien minutos de soledad - Crónica del III Trail de Calamochos


 MACONDO (Casavieja 2.0)

 Muchos años después, en un futuro tan incierto como la palabra futuro significa, frente a la meta de Macondo, ese lugar mágico donde el chuletón es exquisito y la cerveza corre a raudales, un Pronador Errante aún más ajado y viejo que el actual, había de recordar aquella remota mañana del 26 de octubre del año 2019 en la que, en la tercera edición del Trail de Calamochos, vivió 100 minutos de soledad. 

 


Lo recordó como si acabase de cruzar la meta de aquel lejano año, aunque correr, subir y bajar montes es a veces duro y amargo, la memoria de aquel día era dulce, como el sabor que deja la miel. Aquel día sintió la inmensidad de Macondo, de Casavieja, el transitar interminable de unos minutos en los que la única compañía eran las señales rojas y blancas atadas a los arbustos, ramas o arboles, y las balizas naranjas clavadas en el suelo.




Cuando soplo el amanecer tintineando en la cristalera del ventanal de la morada de Laura y David, y al cobijo de sus camaradas de penurias de rondos y de caminos infranqueables hacia los mil y un  altos de Chiloeches, las cuevas de Peña Hueva o el tormentoso erial de Los santos, el pronador se empeño en ser como ellos. Así fue que, con la valentía de un torero  decidió  seguir al famoso Buscalios Isaac Pinto Pintisimus, sin cobijarse en los famosos burladeros del quiero y no puedo.



Subiendo siguió su rastro amarillo y azul del setero más cualificado en estas lides, hacia arriba, siempre hacia arriba, ya que de los 1700 metros positivos de la carrera 1300 se salvaban en los primeros 11 km. (Y digo en aquella ocasión pues de las decenas y decenas que llevan ya en ese futuro lejano de ciencia ficción jamás repitieron recorrido, así son las gentes de Macondo, recias pero con sentido del humor, sobre todo si hay espuma blanca por medio).

A lo lejos, muy a lo lejos una figura de rosa y azul debería estar saltando de piedra a piedra, de “Mata” en “Mata”.

Por detrás a pocos metros y a menos distancia visual venia Don Miguel Ángel de Unamuno Rozas y Rodríguez de todos los montes.



LA HOJARASCA.

Pronador: Venga, pues en un trenecito algo descompuesto los tres fuimos asolando curva a curva siempre hacia arriba, siempre con las manos apoyadas en los muslos (los de cada uno), metro a metro. Mis pies pisaron por el Refugio del Collado, aplastaron matojos por la Fuente de Roble hermoso, se retorcieron miedosos a tropezar por los Poyales, dieron veintiún traspiés por el portacho de las Tejadillas hasta llegar a lo más alto de la carrera al famoso alto de la Gamonosa que nos grito ¡!Aaammmoooooo achilloooo!! (Que traducido del Casavejano al castellano viene a ser algo así como “venga chavalada que vosotros podéis, os queda poco, ya es todo para abajo”)  a 1903 metros de altura, desde donde se puede ver la pequeña Macondo reducida a postal paisajística, lejana y cercana a la vez. Rodeada del valle del Alberche y el del Tiétar.





 


Paro, respiro, vislumbro y me recompongo. Ya no veo estela del Buscalios y Don Miguel pasa como alma que llevase un diablo diabólico diciendo  “El modo de dar una vez en el clavo, es dar cien veces en la herradura”.



Desde la Gamonosa hasta  el Puerto del Alacrán son 4 kilómetros por la cuerda que a mí me parecieron una soga al cuello. Pisando siempre por la famosa roca rota galaya, salvaje y peligrosa, si no eres un verdadero funambulista.





EL PERCHERÓN NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA.

Tras coronar y saludar a la tropa incorrupta del avituallamiento del Alacrán quedaba lo peor (al menos para mí) que es bajar de nuevo a Macondo, y es aquí cuando me quede solo, en parte por pisar huevos, en parte por miedo a caer y rompérmelos. Para transitar por los CIEN MINUTOS DE SOLEDAD. 



A ratos el terreno era más “corrible”, hasta que trastabillo y caigo en la parte más factible de no hacerlo, a plomo, sangre en la rodilla, sangre en el codo, gemelo que se me sube al cogote, en fin, nada nuevo, mil y una cicatrices que aún hoy cuido y conservo. Denoto que mi sangre es roja y no azul, no soy rey ni por un día, ni tengo reino por asomo aunque si mi propia ley y la única corona la deje allá en lo alto de la famosa Gamonosa. Me levante y sacudí las heridas comprobando que todo salvo la sesera estaba en su sitio, músculos, rodillas, tobillos, huevos. Por lo que seguí avanzando, eso sí, si cabe aún con más precaución. Voy avanzando hacia abajo, hacia el Chorro del Lomo, siempre solo. Avanzo hacia un punto determinado pero difuso, como en sueños, avanzo hacia una meta que quizás no existe pero creyendo que la puedo hacer real. Mi pensamiento va mas rápido y adelanta al futuro, se ve en la meta dejando todos los kilómetros que faltan ya atrás, como creyendo que ya está escrito y que las palabras se encajaran sin tan siquiera llegar. Pero me tocaba avanzar si quería llegar a Macondo, no queda otra, los sueños son sueños y aquello era jodidamente real y palpable. Hay futuros posibles y seguramente que paralelos que no habría vivido aun, pero aquello era lo que había. 
Solos, la piedra y el percherón.
El camino y el pronador. 
El paisaje y el bloguero. 
Abrí el buzón buscando refugio a esa soledad pero estaba vacío. El percherón no tenia quien le escribiese.


 


CRONICA DE UNA CUESTA ANUNCIADA.
No por anunciada y sabida iba a ser más llevadera, y es que como ya me anuncio el día anterior a la puerta de una taberna de Macondo (no podía ser en otro sitio, Macondo tiene 1 bar por cada tres habitantes y son 1500 casvejanos/casavejanas más o menos) Edu Fuentes, que era y es uno de los máximos responsables de esta preciosa locura llamada Trail de Calamochos “os hemos puesto una sorpresa final”.
Esa sorpresa eran los 300 metros de desnivel positivo que según el mapa mundi, el suunto y el track quedaban.

En el avituallamiento del paso por El Chorro del Lomo unos Casvejanos (que venían con subtitulo pues su idioma no lo controlaba ni entonces ni ahora pese a las nuevas generaciones) me lo recordaron “1 kilometro de pista y para arriba al Mirador  de los calamochos”.

Una subida que me pareció interminable. Recuerdo que no me quedaban fuerzas, ni espíritu aventurero, nada, ni huevos, solo la veteranía de mis 52 años y con ella me alce hasta arriba. De subir, de subir a lo alto, hasta la azotea….

Paso por el sendero de las Vaquerizas y para abajo en un descenso supuestamente vertiginoso pero anestesiado de cuádriceps para abajo para mí cuerpo.

Bajando revueltas y revueltas, como un percherón en el laberinto. 
Decía el principio del sabio Galileo Alonso Galilei Jiménez “la velocidad que ha adquirido un cuerpo se mantendrá constante mientras no haya causas exteriores de aceleración o deceleración”, pues mi cuerpo no mantuvo la velocidad adquirida que ya era nula de por si, y si hubo una causa exterior, que no fue otra que el mismo Macondo.   





EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL WHASSAP
Esta era una de las zonas más bonitas de la carrera. Cuando llegas al monte despistado del asfalto  muchas cosas carecen de nombre, y para mencionarlas hay que señalarlas con el dedo.
Eso es un chiflo, aquello es un basilisco, esto es un runrún de hojas verdes, aquí lo que me corre pierna arriba es un serafín de ocho patas, aquel es el árbol de jamás nunca, por encima sobrevuelan mariposas de mar y chisteras sin conejos, por entre las ramas me miran los ojos de un perro azul que se mece al son de la música del silencio.

Todo fui capaz de meterlo en mi zurrón del recuerdo y aún lo sigo viendo si miro con aquellos ojos de alquimista que conservaba pese a todo.

Así  a tropezones de fantasía salí de la región encantada del valle del Tiétar hasta el camino real que ya llevaba al invisible Macondo. Casi tres kilómetros de sol y polvo. Como un calvario sin cruz.  Como si entraras en un túnel sin fin, un pisteo desleal para el corredor, que te atrapa en aquel sendero sin aparente fin.



Pero al final de aquella curva estaba la meta de Macondo, deje de andar, me atuse la perilla e hice la entrada en meta al estilo villano “sonriendo mal que me pese” 



Y allí me esperaban… aparte de los amigos, amigas de viaje y los Casavejanos y Casavejanas devoradores de cerveza. Me esperaban… los labios que siempre me esperaban y aún lo siguen haciendo, y me supieron tan dulces como la primera vez. Sin corrector, sin gif ni caritas amarillas con corazones rojos. Reales, sin filtros.




Allí en la meta el Casavejano mayor de aquel extraño Reino, David Loncho Alonso, me colgó mi medalla de finalizador de la prueba al cuello. Le pregute qué ciudad era aquella pues llegaba algo aturdido y deshidratado, y me contestó con un nombre que nunca había oído, que no tenía significado alguno, pero que tuvo en mis sesos una resonancia sobrenatural:

Macondo.…

Casavieja…

y todo lo que vendrá después….




Palabra de pronador….errante.


4 comentarios:

Isaac dijo...

Como siempre José, increíble crónica. Un placer compartir contigo entrenamientos, carreras, excursiones al campo y aventuras

ROSA dijo...

Buenísima crónica , como es habitual, gracias x deleitarnos con estas lecturas 👏🏼👏🏼

Miguel Ángel R. dijo...

Un placer volver a leer una crónica tuya Jose, se te echaba de menos la verdad. Lo mejor de tus crónicas es que cuando acabo tengo la imperiosa necesidad de releerla una vez más porque es imposible abarcarlas con una sola lectura.
Enhorabuena por la crónica y por la carrera. Nada fácil los Calamochos de Casavieja y doy fe de ello.

Antonio dijo...

Muy buena crónica Jose, no dejes de escribirlas!!!

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