Nunca sabes que fue antes, si el título o la propia crónica. En realidad,
al menos en mi caso, no hay un patrón establecido. Unas veces tengo clarísimo
el título desde antes incluso de la carrera y otras veces es lo último que me
planteo. Y por supuesto, a veces surge durante la creación de la crónica.
El título es como una carta de presentación de lo que viene justo después. Algunos
piensan que incluso es más importante que el propio contenido; es como una
especie de invitación, de atracción, de incitación a que te quedes y te
sumerjas en el texto y empieces a engullir palabras, frases y párrafos. Tiene
que ser impactante, demoledor y sugerente, que no pase inadvertido. Pero
tampoco debe dar muchas pistas, debe ser capaz de esconder y ocultar el verdadero
meollo de la narración y que seas tú el que decida buscar la respuesta y el
porqué. En definitiva, el título probablemente sea esa fina y delgada línea
roja que, o bien, decida al lector averiguar qué es lo que hay detrás de ese título
y zambullirse de lleno en la historia; o, que por otro lado, le haga recordar al
lector cosas tales como que no había comprado el pan hoy, o que no ha llamado a
su madre en toda la semana, o que está a punto de empezar su programa de radio
o de tele favorito, es decir, que a otra cosa mariposa que este texto, artículo,
libro o crónica, no me lo voy a leer ni de coña con ese título.
Cuentan que hay autores que no se ponen a escribir hasta que no han
encontrado el título perfecto. Una vez que lo encuentran, es cuando surge la verdadera
inspiración y el resto viene solo. Pero también cuentan que, por ejemplo, Ernest
Hemingway, primero terminaba su relato y después buscaba el título. Era capaz
de llegar a plantearse hasta decenas y decenas de ellos, a veces incluso superó
la centena de posibles opciones, y después ir eliminándolos uno a uno, hasta
que solo le quedaba EL TÍTULO.
Cuantas grandes obras y cuantos grandes relatos se habrán quedado en rincones
olvidados o en estantes recónditos de librerías o bibliotecas por culpa del
título. Y justo a propósito de esto último, casualmente me están viniendo a la
cabeza un par de títulos que se han cruzado en mi vida. Por un lado, está “La
biblioteca de los libros rechazados”, que primero fue libro y después película,
que es la que yo tuve el gusto de descubrir, y que desde aquí os recomiendo. Y
luego por supuesto está “El Cementerio de los Libros Olvidados”, esa
maravillosa trilogía de Carlos Ruiz Zafón, cuya primera novela, “La sombra del
viento”, me cautivó como pocas, hará ya más de veinte años. Fue algo
maravilloso, una conexión casi instantánea al abrir el libro y comenzar a leer.
Desde la primera palabra y desde la primera línea:
“Todavía recuerdo aquel amanecer en que mi padre me llevó por primera
vez a visitar el Cementerio de los Libros Olvidados. Desgranaban los primeros
días del verano de 1945 y caminábamos por las calles de una Barcelona atrapada bajo
cielos de ceniza y un sol de vapor que se derramaba sobre la Rambla de Santa
Mónica en una guirnalda de cobre líquido.
-
Daniel, lo
que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie – advirtió mi padre –. Ni a tu
amigo Tomás. A nadie.
-
¿Ni
siquiera a mamá? – inquirí yo, a media voz.
-
Claro que
sí – respondió cabizbajo –. Con ella no tenemos secretos. A ella puedes
contárselo todo.”
Y ya no pude parar. Que maravillosa es esa fuerza que poseen los libros,
que te atrapan, te enganchan y te aprisionan, y ya no te puedes liberar hasta que
llegas a su fin, lo cierras y te quedas como ido mirando al infinito y
sumergido en una vorágine de sensaciones maravillosas. Lo definía bien todo
esto el propio Zafón con esta frase de esa misma novela:
“Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene alma. El alma de quien lo
escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez
que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus
páginas, su espíritu crece y se hace fuerte.”
Últimamente ya no escribo tantas crónicas como hace unos años, que
prácticamente era una crónica por carrera, ahora eso ya es casi imposible y me
reservo solo para las “grandes ocasiones”; y ya veis con el retraso que vengo a
contarlo. Normalmente antes de la carrera ya tengo en la mente un boceto o una
idea de por dónde va a ir el relato. Aun con el riesgo que siempre supone no
terminarla y que se vaya todo al traste. Especialmente en los últimos tiempos
en los que me planteo retos tan mayúsculos. Pero sí que es cierto, que en esta
ocasión el título sí que rondaba por mi cabeza desde muy pronto. Siempre tuve presentes
dos opciones. Dos frases que ya escuché hace tiempo y que se me quedaron
grabadas:
·
“Yo podía
haber sido una leyenda, o una epopeya si nos juntamos varios”
·
“Una aventura
solo es una aventura si se comparte con alguien, si no, solo es un viaje”
La primera de ellas, “Yo podía haber sido una leyenda, o una epopeya si nos
juntamos varios”, es una de tantas frases maravillosas, alucinantes y
absolutamente surrealistas que están presentes en los diálogos de la
inclasificable película de “Amanece que no es poco”. El surrealismo y el
absurdo hecho arte. Aunque para mi esta película da incluso una vuelta de tuerca
más a esos conceptos y crea un género propio más allá del surrealismo. Una vez leí
que alguien la definió como “abracadabrante”. Me parece muy apropiado. Allá por
el mes de septiembre de 2018 completé mi primer maratón de montaña en Los
Galayos y aquella crónica se tituló “Amanece en Los Galayos, que no es poco (II)”
y esta regada de míticas frases de la peli. Porque en aquellos momentos, pocas
cosas me parecían más surrealista y absurdas, como que yo fuera capaz de
completar un maratón de montaña.
La segunda frase, “Una aventura solo es una aventura si se comparte con
alguien, si no, solo es un viaje”, lamentablemente no recuerdo donde la leí o
donde la oí por primera vez. Pero sí que recuerdo que desde ese primer momento
que llegó a mi cerebro, se me quedó grabada ahí. Porque creo que define
perfectamente lo que para mí es y significa escribir la crónica de una de mis
carreras. COMPARTIRLO. La propia experiencia es algo personal, por supuesto,
pero compartirla con palabras en el blog, la convierte en algo más. Deja de ser
un recuerdo y algo efímero y puntual; y lo convierte en algo permanente y perdurable,
le da trascendencia y casi inmortalidad. Ya no es solo algo mío, pasa a ser de
tod@s. A mí me encanta leer los relatos de mis carreras. Cuando lo hago afloran
de una manera increíble los recuerdos y las sensaciones de esas AVENTURAS. Porque
desde el momento que la crónica se publica, dejan de ser viajes. Y de igual
modo me encanta leer las experiencias que han escrito otros compañeros de sus
AVENTURAS para, a través de sus palabras, casi vivir y sentir sus sensaciones y
emociones.
El caso es que finalmente no fui capaz de decantarme por ninguna de las dos
frases y opté por una mezcla de ambas, que no se si está a la altura de las dos
frases por separado, seguramente no, pero es lo que fui capaz de conseguir.
Mi historia con esta carrera comenzó allá por el verano del 2023. En esa
época yo andaba enfrascado en la preparación para el reto de ese año, que era
el Gran Trail de Peñalara y sus 105 km y más de 5.000 metros de desnivel
positivo. Pero durante todos los meses previos a esa carrera hubo una nube muy
oscura sobrevolando, y era la posibilidad de su suspensión debido a la entrada
en vigor de una nueva normativa sobre el Parque Nacional de Guadarrama, que
podría suponer la limitación de su uso para pruebas deportivas de este tipo.
Carreras míticas como el Maratón Alpino, la Madrid-Segovia o el Cross de las
Dehesas no se pudieron disputar aquel verano por ese motivo. Finalmente, el GTP
sí que se pudo celebrar, porque un par de semanas antes de su celebración se
aprobó la normativa que daba luz verde a esta y otras carreras. Seguramente el
celebrarse en el mes de octubre fue lo que nos salvó.
Pero el caso es que, durante esas semanas de incertidumbre, fue cuando me
“encontré” con el Ecocamiño. Lógicamente después de tantas semanas y meses de
entreno, no iba a echar por la borda todo ese trabajo y esfuerzo, y por si
acaso, comencé a buscar otra carrera por si se daba el caso de la suspensión
del GTP. Y ahí es cuando apareció el Ecocamiño. Los últimos 110km del Camino de
Santiago. Desde Sarria en Lugo, hasta el Monte do Gozo en Santiago de
Compostela. Desde el primer momento me pareció un planazo y se me metió en la
cabeza. Y cuando alguna carrera se me mete en la cabeza, ya no hay vuelta
atrás. Ya tenía mi reto para el siguiente año, para el 2024. He hecho el Camino
de Santiago en más de una ocasión y le tengo un cariño muy especial. Creo que
es algo que todo el mundo debería de hacer al menos una vez en su vida. Es una
sensación muy especial. Y la posibilidad de hacer carreras que transcurran por
su trazado, me motiva especialmente. Como me pasa, por ejemplo, con la
Madrid-Segovia. No es un simple recorrido o trayecto, es algo más. Es transitar
por unos caminos y sendas que han transitado antes que tu infinidad de personas
desde tiempos muy remotos. Cada un@ de ell@s con sus propias motivaciones y
propósitos personales; pero ahí han quedado sus huellas, ahí están sus pisadas,
su esfuerzo y su sacrificio para alcanzar ese motivo o ese propósito. Y ahí
estás tu ahora, percibiendo y retroalimentándote con todo eso. Porque eres
perfectamente consciente y lo recibes con total claridad, sientes que todo eso
te ayuda y te da fuerza. Toda esa gente pasando por ahí durante tantos siglos
te impulsa, te empuja. Es como tener el viento de cara. Como ir a favor de la
corriente. Es brutal.
La preparación fue muy parecida a la del año anterior. Otro verano en
Puebla de Valles, disfrutando de las bondades del clima del periodo estival en
esas latitudes y con multitud de caminos, sendas y pistas para hincharse de kms.
El perfil del Ecocamiño no es demasiado complicado en cuanto al desnivel, con
lo que sumar y sumar kms era el objetivo número uno del verano. Como tirada
larga previa y como entreno de calidad, me inscribí en la Madrid-Segovia, pero
en la distancia de los 65km que finalizaba en Cercedilla. Y ahí justo es donde
realmente empieza la crónica de mi carrera. Y, por tanto, mi viaje, que ahora
se está convirtiendo en aventura.
Nos situamos temporalmente en el 21 de septiembre del 2024. A las 5 de la
mañana, en Madrid, junto a Plaza Castilla y casi a la “sombra” de las Torres
Kio. En la salida coincido con Edu y Valentín. Su viaje es el de los 102km y su
destino Segovia. El día amenaza con lluvia. El cielo está gris, pero la
temperatura es buena. Mi idea era hacer la carrera a tope, comprobar el estado
físico y ver hasta donde era capaz de llegar. No era una referencia muy fiable,
porque las circunstancias eran otras, pero un par de años antes, cuando hice la
Madrid-Segovia, a la altura de Cercedilla iba por las 8h45’. La idea era bajar
ostensiblemente ese tiempo. Se da la salida.
Finalmente hubo bastante suerte con la lluvia y solo apareció durante unos
tres kms saliendo de Madrid. El resto de la carrera, cielo cubierto, pero sin
volver a tener noticias de la lluvia. También tuve la suerte de tener compañía durante
toda la prueba. Mi cuñado David se animó a darse un buen madrugón e iba con el
coche hasta cada avituallamiento. Desde allí retrocedía corriendo contra el
sentido de la carrera hasta que nos encontrábamos y luego deshacía esa
distancia acompañándome hasta el avituallamiento. Y en alguna ocasión también hizo
conmigo algún km posterior. La verdad, que se lo agradecí mucho, porque esos
momentos me ayudaban a evadirme un poco y con la charla que teníamos esos
ratitos, la cosa se hizo más llevadera.
Desde un primer momento las sensaciones fueron buenas e iba mejorando
tiempos respecto al 2022. A la altura de Tres Cantos eran 14 minutos la mejora.
En Colmenar Viejo ya me iba a los 22 minutos. En el Puente Medieval ya superaba
la media hora de adelanto. Por los 42 kms del maratón en Manzanares el Real, 35
minutos. Cumpliendo los 50 kms en Mataelpino, ya eran tres cuartos de hora. Y
en La Barranca ya llegaba con una hora de mejora respecto al 2022. Ya solo
tocaba exprimirse en los últimos 7000 metros hasta Cercedilla y finalmente
llegue con un tiempo de 7h33’35’’, mejorando en 1h12’ respecto al año 2022.
Insisto en que probablemente no era la mejor referencia por varios motivos,
pero era la única que tenía. Al final puesto 37 de casi 200 participantes y
sobre todo el 4º de mi categoría y por tanto a punto de pisar el cajón. Hubiera
sido increíble haber conseguido mi primer podio en esta carrera. Absolutamente
increíble. Pero sobre todo muy buenas sensaciones físicas. Nunca me había
planteado hacer a tope todos los kms en una distancia tan larga y sin reservar
nada; y la percepción final era más que satisfactoria. Terminé muy contento y
con la impresión de que la preparación para el Ecocamiño era muy buena. Estaba
a cuatro semanas vistas del gran día y ahora de lo que se trataba era de
mantener la forma, tomarme con calma esas semanas y llegar en la máxima
plenitud posible a la salida del Ecocamiño. A esas alturas tenía muchas ganas
de que llegara el gran día.
Otro salto temporal y ahora nos situamos en el 19 de octubre del 2024. A
las 8 de la mañana en la Plaza de la Constitución de Sarria. Si en la
Madrid-Cercedilla, la posibilidad de lluvia era una inquietud antes de la
carrera, para este día y para esta carrera era una preocupación importante. Al
fin y al cabo, es Galicia y estamos a finales de octubre. Las previsiones no
eran muy halagüeñas y la lluvia se daba por hecho que iba a formar parte del
viaje. Pero sinceramente no pensé que tanto.
Me levanto con tiempo para prepararme y desayunar con tranquilidad. Salgo
del apartamento y me dirijo a la salida. No llueve. Llego a la Plaza de la
Constitución, recojo el dorsal y el chip en la sala de Juntas del Concello de
Sarria y salgo de nuevo a la Plaza. Llueve. No es lluvia abundante, ni intensa.
Es esa típica lluvia de estas latitudes, fina y suave, no hace daño y casi no
la notas, ni la sientes. Pero es constante, permanente, persistente, incesante,
…, la cantidad de adjetivos que podría seguir añadiendo para describirla es
infinita. Pero me voy a quedar con uno, SEMPITERNA. Siempre me hizo gracia esta
palabra, porque tengo una anécdota muy divertida ocurrida en mi vida con ella, y
que no viene al caso ahora, y desde ese momento le tengo mucho cariño. El caso
es que su definición creo que es perfecta: “Que durará siempre; que, habiendo
tenido principio, no tendrá fin”. Eso es lo que pensé en multitud de ocasiones durante
las casi 15 horas de trayecto.
La salida ya es inminente. Revisión de material y ya solo quedan los nervios previos al primer gran momento del día. Me encanta esa sensación, siempre lo digo, pero el día en que deje de sentir ese cosquilleo y esos nervios antes de la salida, seguramente es que tengo que dejar de correr, o al menos de competir. Me sigue emocionando hacer una carrera y estar en la línea de salida, y más en ocasiones como estas cuando esta carrera ha sido tu objetivo y tu referencia durante muchos meses. Que menos que estar nervioso. En el fondo, para mí, creo que es como una muestra de respeto al reto que te has propuesto superar; no es temor o miedo, desde luego, es casi cortesía, devoción, admiración y complicidad. Actitud positiva, de aprendizaje y de crecimiento personal, para seguir sumando en esa búsqueda particular de conocer más sobre mis límites físicos y mentales, pero también conocer más sobre mis capacidades, mis emociones y mis sensaciones. Ese respeto implica aceptar que existe la posibilidad del fracaso, que no miedo al fracaso; pero también la posibilidad del éxito, y esta es la única en la que yo pienso, porque es la única que me vale. Se da la salida y me lo juego todo a un único color, al del ÉXITO.
No se trata de una carrera multitudinaria, ni mucho menos, con lo que no
hay problemas para correr de inicio al ritmo que tú quieras, ni tampoco hay
casi opciones de tropezar con otros compañer@s; a pesar de que transitemos en
esos primeros metros por calles y caminos estrechos. Salimos pronto del casco
urbano de Sarria y rápidamente nos adentramos en bosques, sendas, caminos, tranquilidad
y silencio, que es a lo que hemos venido, al menos yo. La primera gran
referencia del recorrido será Portomarín. Son unos 22 kms, que tardo unas 2h22’en
cubrirlos. Salimos con lluvia de Sarria y nos acompaña gran parte de ese primer
trayecto. Nos dio una pequeña tregua de unos 30 minutos y antes de llegar a Portomarín
comenzó de nuevo a llover. En ese momento no sabíamos que esa sería la única
tregua que nos iba a da la lluvia en todo el día. Ya fue un compañero más de
viaje. Buen tramo para empezar. Con muy buen ritmo y sensaciones. Iba con una
media de 6:26 min/km. Unos primeros kms de ascenso constante, que justo antes
de Puertomarín se convierten en kms de descenso. Tramo para tomar contacto y
disfrutar del entorno. Que será lo que tiene Galicia y sus sendas, que te
enamoran.
La llegada a Portomarín no te deja indiferente y es uno de los grandes
momentos de la carrera y también del Camino. Cruzas el río Miño y el embalse de
Belesar por el Ponte Nova, con 300 metros de longitud y 30 metros de alto, por
un pequeño paso peatonal junto a una minúscula y exigua barandilla, que es lo
único que te separa del abismo que ves bajo tus pies. Intentando luchar contra
el vértigo que me genera el paso por el puente, fijo la vista al frente, me
pongo a trotar, y, con más miedo que vergüenza, alcanzo el otro extremo. Una
vez que cruzas el puente, llega el gran momento de acceder al casco urbano del
pueblo por la famosa Escalinata. Momento muy especial cuando estás
peregrinando. Callejeo un poco y llego al avituallamiento situado en la Casa de
Concello, donde disfruto de un breve descanso comiendo, bebiendo y disfrutando
de la vista de la majestuosa Iglesia de San Nicolás, trasladada y reconstruida
piedra a piedra, desde la antigua ubicación del pueblo, antes de la llegada de
las aguas del embalse. Portomarín también será el primer lugar donde aparece
Ángela para darme ánimos. Incansable al desaliento como siempre.
Proseguimos la ruta bajo la lluvia teniendo como próxima referencia el pueblo de Palas de Rei a 25 kms vista. No fue un tramo sencillo, la verdad. Más desnivel y más cuestas de las esperadas y de las que recordaba de mi paso como peregrino por estas tierras. No he hablado todavía de ello, pero aparte de la lluvia, hubo algo más que nos acompañó durante prácticamente todo el trayecto, los PEREGRINOS. Desde la salida en Sarria fue continuo y muy numeroso, llegando a ser en algunos tramos una hilera casi infinita la que tenías ante tus ojos. Lógicamente luego, con el paso de las horas, fue decreciendo hasta que, a partir de Arzúa, y más con el ocaso de la tarde, prácticamente desaparecieron. Me gusta mucho cruzarme con toda esa gente que está haciendo su peregrinación y darles el habitual saludo de “Buen Camino”. No es solo un saludo de compromiso y por mera educación, es algo más. Es solidaridad, es ánimo y es un sentimiento y un deseo real de que tengan una buena jornada en su travesía y que puedan alcanzar Santiago y cumplir con su sueño, con su propósito, con su ilusión, o quizás con su promesa. El saludo "Buen Camino", como antiguamente lo fue el "Ultreia" y "Et Suseia”, retumba como un lazo de unión entre los peregrinos del Camino de Santiago. Trasciende idiomas, culturas y procedencias, porque se emplea en castellano, aunque sus hablantes sean de cualquier parte del mundo, lo que subraya la fuerza de esta sencilla pero poderosa expresión. Todos los peregrinos la conocen, la dicen y saben de su significado. Solo cuando has sido peregrino y das y recibes ese saludo, eres consciente del componente adicional de motivación y aliento profundo que significa. Esas dos palabras no solo implican el progreso físico a lo largo de las rutas, sino que también simboliza el viaje interno e interior hacia el crecimiento personal y espiritual. A pesar de las inclemencias del tiempo y de ser una jornada tan complicada en ese aspecto, muchos fueron los peregrinos que adelanté durante gran parte de la jornada. Por sus respuestas y sus saludos, es fácil adivinar la increíble cantidad de nacionalidades que pueblan esta ruta milenaria, que sin duda la convierten en un rito UNIVERSAL. Un honor y un placer inmenso haber podido compartir la jornada con cientos y cientos de peregrinos.
A las 5h27’’ alcancé finalmente Palas de Rei. Tramo exigente, probablemente
por perfil, el más exigente del día. 7:36 min/km de media en estos 25 kms. Nuevo
avituallamiento en el Concello de la localidad. Por supuesto aprovecho para
hacer una breve parada para comer, beber, comentar los avatares del trayecto con
Ángela y también para gestionar una ampolla que amenazaba con hacer acto de
presencia en un dedo del pie derecho. Unos minutos de respiro muy necesarios y
seguimos.
El próximo episodio será de 25 kms, con lo que la suma se eleva ya hasta 62,
y nos llevará hasta Melide. Durante las semanas de elaboración de esta crónica se
han sucedido acontecimientos relevantes a nivel nacional y mundial. Y también
nos dejó alguna que otra personalidad importe. Entre estas últimas destacaría la
de Pepe Mujica. Fue muchas cosas en su intensa vida, ciclista, guerrillero,
presidiario, político, senador, ministro y presidente de su país; pero yo creo
que por encima de todo era un filósofo. Un hombre con una increíble capacidad para
el discurso y para el relato. Incluso el mismo reconocía que tenía el “don de
la palabra”. Sabía de ese “don” y lo utilizaba sin ningún rubor. Sus palabras y
sus discursos eran potentes y poderosos, pero a su vez eran emotivos y conmovedores;
y sin duda eran capaces de tocar las fibras más sensibles. Desde la razón y el
corazón y desde la coherencia entre lo que él proclamaba y como él vivía. Son
infinidad las frases que se podrían destacar de él. Durante los días
posteriores a su muerte se viralizaron muchas de ellas y una en concreto me
llamó la atención:
“La vida no es solo trabajar. Hay que dejarle un buen capítulo para la
locura que tenga cada uno. Por qué si una cosa la haces por obligación, … no
eres LIBRE. Eres libre cuando gastas tiempo de tu vida en cosas que a ti te
MOTIVAN, que te GUSTAN. Puede ser el futbol, pescar, investigar, el arte, …
SOMOS DISTINTOS; pero tener una CAUSA, tener una PASIÓN, … eso lleva tiempo. ES
UNA FILOSOFÍA DE LA VIDA”
Yo un día encontré esa CAUSA y esa PASION, algo que me GUSTABA y que me MOTIVABA. Yo un día encontré el RUNNING y después el TRAIL RUNNING y la MONTAÑA, y me CAMBIÓ la vida, porque haciendo eso me siento LIBRE. Sin duda esa es MI FILOSOFÍA DE LA VIDA.
Y llegamos a Melide, el pueblo del pulpo. Van 62 kms y 7h25’. En ritmo en
este tramo 8:53min/km. Y sigue sin parar de llover. Ni un minuto, ni un
segundo, ni un misero instante, por poco que sea. Buen tramo. Sigo con buenas
sensaciones. No ha sido tan duro como el anterior y sigo disfrutando. Los km
pasan a buen ritmo, sin la sensación de hacerse eternos. La lluvia no lo pone
fácil, pero es lo que hay y te habitúas a ello. Y además llego a un pueblo del
que guardo muy buen recuerdo de mi paso haciendo el Camino. La organización nos
regala la posibilidad de disfrutar de un plato de “pulpo a feira” en un
restaurante próximo al avituallamiento de la bolsa de vida y no la
desaprovecho. Delicioso. Llego a la bolsa de vida y sin saber muy bien porque
se me tuerce un poco el día. Tardo más de lo previsto en cambiarme. Es
complicado quitarte ropa ajustada con tanta humedad. Consigo reiniciar la
marcha y me desoriento un poco del camino, de los hitos y de las flechas
amarillas y tengo que preguntar a un par de paisanos. Para rematar se me olvidó
pedirle a Angela el reloj de repuesto, ya que el mío no tiene batería para
jornadas tan largas como esta. Pierdo completamente la concentración. Afortunadamente
ella se da cuenta del reloj y aparece de repente con el coche para dármelo, con
tan mala suerte que justo el encuentro se produce cuando tenía que tomar un desvío,
y no lo veo. Sigo andando sin saber de
mi error, hasta que aparece de nuevo Angela para avisarme del descuido. A lo
tonto un km de “regalo”, tiempo invertido a lo tonto, desconcentración total y
absoluta y enfado conmigo mismo y con el mundo. Por momentos me bloqueo en mi
marcha. He perdido el ritmo y las buenas sensaciones. Y todo en cuestión de
minutos. Es increíble. Intento poner un poco de pausa, encontrar una buena
respiración, hacer desaparecer de mi mente ese desconcierto e ir poco a poco
consiguiendo recuperar la calma y el ritmo.
Afortunadamente este tramo es solo de 15 kms, pero se me van 2h14’, bajando
el ritmo hasta casi los 9 min/km. Finalmente, y a pesar de la interminable
avenida de acceso, alcanzo el avituallamiento de Arzúa. Llevo ya casi 10 horas
y por tanto estamos próximos a las 6 de tarde. La noche se está acercando sin
remedio. Y con la noche llegan las sombras y la penumbra. Porque ya sabemos
todos que “la noche es oscura y alberga horrores”. Y en Galicia, además, tenemos
brujas, meigas, la Santa Compaña y las almas en pena recorriendo los bosques y
las sendas por las noches. Yo solo tengo la compañía de mi frontal y de mi circunstancia,
porque llevo horas solo. Como siempre aprovecho para comer, beber y charlar un
poco con Angela en esta parada. Con más miedo que vergüenza, retomo la marcha. Me
quedan 34.000 metros por delante hasta el Monte do Gozo. Y tengo la sensación
de que no va a ser nada sencillo. La noche lo cambia todo. Es como pasar a otra
dimensión. Es una carrera nueva. Baja la temperatura y es más difícil la orientación
y por tanto más fácil perderte, sobre todo cuando estas en sendas en mitad del
bosque. No sé si lo he comentado, pero esta carrera no tiene señalización
propia, salvo en algún cruce carreteras. La única señalización, que no es poca,
es la propia del camino; los hitos y las flechas amarillas. Pero por la noche
localizarlas es siempre más complicado. No queda otra que confiar en el
instinto. Tengo la sensación de que ya voy a andar más que correr en lo que me
queda. Y por si todo eso no fuera suficiente, seguimos con la lluvia. La
pertinaz, incansable y persistente lluvia.
Salgo de la parada con una sensación extraña. No sé si es intranquilidad, preocupación, nerviosismo, desconfianza o directamente un poco de miedo. Temía este momento, la verdad. Y no porque llegue la noche, si no por el momento en el que llega y en las circunstancias en las que lo hace. Ya pasé una noche entera por la Sierra de Guadarrama en el GPT, pero la diferencia es que allí fue nada más empezar y aquí la alcanzo después de 10 horas de esfuerzo y desgaste y con el añadido de la lluvia, que lo hace aún más complicado. Nada más ponerme en marcha intento ir todo lo deprisa que puedo, con la idea de que la oscuridad me alcance lo más adelante posible. Pero va llegando poco a poco, lo hace lenta, pero irremediablemente. Hay momentos en los que me quiero convencer de que aún es de día y de que hay luz natural, pero cuando engancho uno de esos caminos con sus bordes flanqueados por hileras interminables de frondosos e imponentes árboles, que prácticamente forman un techo sobre ti, me doy cuenta de que ya no veo, de que solo hay oscuridad. Si a eso le sumo que ya, con tanta agua, muchos caminos ya se están poniendo impracticables por los charcos y el barro, no queda más remedio que encender el frontal. Estoy insistiendo mucho en lo de la lluvia, pero de verdad, que tantas horas conviviendo con ella, al final, en momentos complicados como el de este tramo, te llega a desesperar.
Porque yo aquí hubo momentos en los que me desesperé. Y grité y maldije a
la maldita lluvia. Y lo hice a pleno pulmón, porque estaba totalmente solo, en
algún punto de la Galicia interior entre Arzúa y Santiago y rodeado por la más
absoluta oscuridad. Hay momentos en los que la ruta te lleva a compartir tramos
con alguna carretera, que al final no sabes que es mejor o peor. Te benéficas
de la luz de los coches con los que compartes unos segundos de viaje y de
algunas farolas que iluminan pequeñas construcciones o casas aledañas a la
carretera; pero a su vez sentir como los coches pasan a gran velocidad tan
cerca de ti, con una calzada tan mojada, que da una sensación de tremenda
vulnerabilidad y fragilidad. Fue duro, sinceramente. Duro y complicado. Toda
una prueba de resiliencia, de fortaleza y de dureza mental. Fueron 18 kms hasta
alcanzar O Pino, y 2h50’ a una media de 9:27 min/km y con la sensación durante
muchos momentos, de que no ibas a llegar nunca y de que todo esto había sido
una locura. Pero de repente, al final de una cuesta y de un camino aparece
Ángela y poco después algo parecido a un pabellón o un polideportivo…y todo
cambia.
Alucino cuando a los pocos segundos de entrar, lo hacen otros dos
compañeros de viaje. Tantas horas solo y ahora de repente multitud. Aprovecho
la parada para hacer un cambio de ropa y enfundarme mi sudadera “mágica” con
capucha. Con una doble intención, la capucha me protege de la lluvia y además al
no llevar visera podré ponerme el frontal sin tantas complicaciones. Como, bebo
y charlo un poco y a seguir. Salgo el último de los tres, pero con la idea
clara de recuperar esas posiciones. También he aprovechado la parada para tomar
una decisión con mi zapatilla/pie derecho. Llevo ya muchos kms con una
sensación de molestia en el empeine superior del pie, como si tuviera muy fuertes
atados los cordones. Me los he ido aflojando varias veces, pero ya no puedo
apurar más, ya no me queda cordón. Y me la juego, me desato los cordones y
seguiré con la zapatilla sin atar.
Al poco de salir del avituallamiento engancho a uno de los compañeros que
salieron justo antes de mí. Llevamos un ritmo muy similar y empezamos a
compartir metros. Muchos metros. Tantos metros. que al final también empezamos
a compartir palabras. Yo no soy mucho de compartir tramos o partes de una
carrera con otro corredor, y principalmente es, porque creo que es difícil que
haya dos personas que tengan exactamente el mismo ritmo de carrera durante
horas; y también porque en este tipo de carreras me gusta la soledad. Pero en
esta ocasión voy a ser muy honesto y reconozco que posiblemente es lo mejor que
me/nos pudo pasar a esas alturas del día. Su nombre era Francesco y su
nacionalidad italiana. Un ultrafondista consumado que había volado el viernes
desde Italia hasta Santiago para hacer esta carrera y que el domingo volvía a su
país. Un amante de la ultradistancia, de España y sobre todo muy buena gente.
Ya no solo es que empieces a mantener una conversación con un desconocido, es
que además ves que conectáis y que la charla es amena, distendida y fluida. Al
poco viene un terreno favorable y nos ponemos a correr, sinceramente ya no
contaba con ello, pero Francesco va algo mejor que yo y decido hacer el
esfuerzo para mantenernos juntos. Y justo damos caza al otro corredor con el
que coincidimos en la parada y lo dejamos atrás. Seguimos la marcha en medio de
la oscuridad más absoluta, bajo la lluvia y dudando en algún cruce con las
señales, pero 4 ojos ven mucho más que dos; y también disfrutando de la
compañía y de una animada charla contándonos nuestras batallitas. Alcanzamos el
aeropuerto de Santiago y casi pegados a la valla lo rodeamos. Sigo siendo capaz
de correr en algún tramo favorable y sin solución de continuidad alcanzamos
Lavacolla. Inolvidable la experiencia de hace unos años en la última etapa del
Camino de Santiago que completamos, cuando hicimos noche en esta pequeña
localidad y al ir a salir por la mañana, descargó una de las tormentas más
brutales y salvajes que he conocido. Estamos ya a escasos 6 km del objetivo en
el Monte do Gozo. Mi compañero sigue yendo mejor que yo, de hecho, yo le
insisto que, si quiere tirar para adelante que lo haga, pero a estas alturas ya
ha tomado la decisión de que vamos a terminar juntos. Y se lo agradeceré
infinito.
Estos últimos kms también trascurren por monte, pero ya siempre por
pequeñas carreteras asfaltadas, que lo hacen todo un poco más llevadero. El pie
derecho a pesar de ir con la zapatilla sin atar va bien y no tengo problemas ni
para andar, ni para trotar/correr. La ansiedad por llegar se empieza a apoderar
de nosotros y solo queremos llegar de una vez. Dejamos atrás pequeñas zonas habitadas
y otras con alguna concentración de empresas, sin llegar a tener nunca la
impresión de ser polígonos. Lo bueno de todas estas zonas es que tienen
alumbrado público y a estas alturas del día, eso no tiene precio.
Cuando, según mi reloj, estábamos a punto de alcanzar los 113 kms, encaramos una larga recta, giro a la izquierda, giro a la derecha y sin darnos cuenta, alcanzamos los primeros barracones del albergue público del Monte do Gozo. También surge Angela prácticamente de la nada y ahora sí que sí, ya solo nos quedan unos metros para alcanzar nuestra gloria particular. Probablemente esta entrada en Meta haya sido una de las más sombrías de mi vida. Lógicamente el día no acompañaba. Eran casi las 11 de la noche, seguía lloviendo, ahora con más ganas si cabe, el arco de meta se tuvo que quitar hace horas por problemas con el viento y la llegada de corredores era muy escalonada, y con grandes diferencias de tiempo en algún caso. Pero esa sobriedad o modestia de la entrada en Meta no quitó ni un gramo de peso a la vorágine de sensaciones y emociones que acudieron a mí cuando cruce la línea y me colgaron la medalla de finisher. Posiblemente es la prueba más dura que he realizado en mi vida. El GTP me llevó 5 horas más de tiempo que el Ecocamiño, pero las condiciones climatológicas lo cambian todo. Convivir toda la carrera y casi 15 horas bajo la lluvia, es otro nivel de dureza y de resistencia física y mental. Hubo momentos en los que no fue nada fácil convivir con eso y seguramente haya sido la carrera en la que más momentos de desesperación y desasosiego he tenido. Ya lo expliqué antes, pero esos instantes de la llegada de la noche, casi en mitad de la nada, con la lluvia, el barro y el miedo a poderte perder al mínimo despiste, fueron muy duros y difíciles de gestionar. Pero cruzas la meta y todo cambia. Desde el momento que te inscribes a esa carrera que se va a convertir en tu reto del año, no paras de visualizar este momento. Yo muchas veces pienso como lo celebraré o que sentiré. Pero realmente, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Es posible que yo no sea muy expresivo en mis gestos y en mis expresiones, pero os aseguro que la procesión interior de sensaciones y emociones era más que multitudinaria. No solamente fui capaz de llagar a Meta, sino que lo hice en menos de 15 horas y me sobró una hora para hacerlo en el mismo día en el que se dio la salida, que era uno de mis objetivos. Y sobre todo esa sensación de que este tipo de carreras de Ultrafondo cada vez las gestiono mejor, cada vez las preparo mejor y cada vez se me dan mejor. Creo que por fin he encontrado mi sitio en este mundo del running.
A vueltas un poco más con esto último y con la frase que cité antes de Pepe Mujica, me acuerdo también ahora de unas palabras de mi amiga Natalia en uno de los primeros capítulos de su pódcast “Trazando tu Hoja de Ruta”. Hablaba ella, de la forma en la que nos presentamos a los demás, de las etiquetas sociales y de la importancia de dar protagonismo y transcendencia a esas cosas que haces y que son las que te motivan y te llenan. Puede ser tu trabajo y tu profesión, por supuesto, pero también puede ser eso que a ti te hace feliz. Eso a lo que le dedicas unas horas a la semana y que hace que esa semana y todas las semanas tengan sentido de verdad. Eso que te ayuda a superar y a sobrevivir al estrés, a las tensiones, a los agobios y quizás, a las ansiedades y angustias que nos provocan los distintos entornos en los que vivimos, ya sea laboral, familiar o social. Y eso que haces esas horas a la semana, es esa PASION y esa FILOSOFÍA DE VIDA que decía Mujica; y por tanto eso que te apasiona también tiene que formar parte de tu carta de presentación ante los demás. A la mierda las etiquetas, los formalismos y el qué dirán. Yo tengo claro que de ahora en adelante cuando conozca o me presenten a alguien y ese alguien me pregunte que hago o a que me dedico, lo primero que le diré es lo que realmente más me apasiona hoy en mi vida. Simplemente les diré, “YO SOY ULTRAFONDISTA”, y seguramente después les hable de mi profesión o de otras aficiones, pero lo primero será mi PASIÓN.
Fotos con mi compañero de ruta STEFANO FARIELLO y con el vencedor y leyenda
del trailrunning, PABLO VILLA
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