Y en la crónica de hoy vamos a hablar de la SOLEDAD.
Así, de partida, el termino soledad tiene una connotación negativa y está
muy relacionada con uno de los mayores miedos y temores del ser humano, el
miedo a estar y sentirse solo. Muchas veces hemos escuchado que estar solos es
malo, que podemos enfermar, que es mejor contar con compañía que con la
soledad.
Por soledad podemos entender la circunstancia de estar solos, el
sentimiento de pena que experimentamos por la ausencia de algo/alguien o ese
lugar desierto o deshabitado.
Pero más allá de una simple definición, la “soledad” es un término muy
complejo y con una importante carga de subjetividad. Porque podemos sentirnos
solos estando en compañía de otras personas, o podemos no sentirnos solos,
aunque no tengamos la compañía de nadie. No es lo mismo estar solo, que
sentirse solo.
Aunque la soledad también tiene otra cara, la saludable y la beneficiosa; y
esa es la soledad que a mí me interesa y de la que vengo a hablar hoy. Hay que
aprender a estar solos, a encontrar espacios de silencio e incluso, hay que
buscar momentos en el día para hacer cosas solos.
Con la soledad hay que intentar buscar un término medio y alejarse de los
extremos. Como con casi todo, vaya. Ni siempre solo, ni siempre acompañado. Tiene
que haber, momentos para todo. También para estar solo, y es importante buscar
esos momentos. Vivimos en una sociedad y en un mundo que no para y que casi no
nos da un respiro ni tregua, todo es trajín y ajetreo. Familia, amigos,
vecinos, trabajo, compañeros, hijos, …, pero... ¿y yo? ¿Cuándo nos ocupamos de
nosotros mismos?
La soledad permanente puede ser nociva y seguramente requiera de la ayuda
de un profesional, pero no poder ser capaz de estar un minuto a solas sin tener
que salir de casa o sin tener que llamar a alguien; quizás implique no sentirse
bien con uno mismo y probablemente también requiera de la ayuda de ese mismo
profesional.
La soledad nos ayuda a conocernos mejor y a aceptarnos como somos, y por
tanto a relacionarnos mejor y tener mejores relaciones afectivas. Nos permite
mejorar nuestra autoestima y a deshacernos del miedo a estar solos. Nos permite
meditar, encontrar paz interior y disfrutar del silencio. Y sobre todo y por
encima de todo, se refuerza nuestra confianza. Soy yo quien toma las decisiones
más importantes de mi vida y solo así podemos ser responsables de nuestros
actos.
A la soledad no se le combate, con la soledad se convive. Para bien o para
mal, la soledad forma parte del equipaje que va con nosotros en ese gran viaje
que es nuestra propia existencia, nuestra vida.
Yo, cuando empecé a correr, fue cuando verdaderamente descubrí la soledad y
sus beneficios. No sé si existe un término concreto para esta soledad. Quizás
la podríamos llamar la soledad del corredor, o del runner, o del fondista, o
del ultrafondista. Aunque casi sin quererlo, un día me llegó la expresión
perfecta, “LA SOLEDAD BUSCADA”.
Yo creo firmemente que el destino rige nuestras vidas. Las cosas no suceden
por casualidad, pasan por algo concreto y porque tienen que pasar. Y el destino
fue el que puso a Puebla de Valles en mi vida, con todo lo que ese pueblo ha
significado, significa y significará para mí. Entre otras muchas cosas, Puebla
de Valles también implicó conocer a Pablo Martín Ruiz. Pero ese mismo destino
fue el que decidió que Pablo nos dejara súbitamente y sin previo aviso a
finales del mes de julio de 2023. Demasiado pronto, sin duda, para ese último
viaje. Se te echa mucho de menos amigo. No sabes cuánto.
Pablo era un buen amigo, un buen conversador y también era pintor. Era un
enamorado de su pueblo, de sus campos, de sus tierras, de sus paisajes, de sus
árboles, de sus rincones y de sus parajes. Le encantaba recorrer los caminos
con la cámara o el móvil cerca, para captar momentos e instantes únicos e
irrepetibles y luego plasmarlos en un lienzo. Organizó varias exposiciones de
sus obras en Guadalajara y en una de ellas vi uno de sus cuadros y me quedé
prendado. Fue amor a primera vista. Rápidamente me fui al listado para saber el
título de ese cuadro. El titulo ya os lo imagináis; LA SOLEDAD BUSCADA.
No os hacéis ni idea de la cantidad de cosas que se me removieron por dentro al
verlo y al saber su nombre. Por supuesto, ese cuadro viste desde hace ya varios
años una de las paredes de mi salón.
Siguiendo con el tema de la soledad, yo, entre otras cosas, también corro
para estar solo. No siempre tengo esa necesidad, lógicamente; pero a veces es
imprescindible para mí. Necesito estar conmigo mismo, a veces únicamente para
pensar o reflexionar, otras para justo lo contrario, no pensar en nada y solo
disfrutar del aquí y del ahora, otras para sentir (y escuchar) el silencio, la
calma y la paz. Una de las mayores experiencias y de los mejores momentos que
me da el running, y el Trail en particular, son esos instantes de estar tu solo
en la montaña o en mitad de un bosque, y solo oír el mismísimo silencio, o como
mucho los sonidos de la naturaleza; el agua, el viento, las hojas, los
animales. Parece un contrasentido lo de escuchar el silencio, pero es completamente
cierto. Y en algunas ocasiones es tal la intensidad de ese silencio que te
abruma. Creo que en pocos sitios el ser humano se puede sentir tan pequeño e
insignificante como estando completamente solo en lo alto de una montaña, o en
una senda en mitad de un bosque, estando tan solo rodeado de inmenso silencio.
Y a la vez pocas cosas son tan reconfortantes y enriquecedoras como esos mismos
momentos. Y yo eso a veces lo necesito y por tanto, lo busco. Es mi SOLEDAD
BUSCADA.
Ya lo he dicho alguna vez más, pero para mí lo de correr va más allá del
deporte y, por supuesto, mucho más allá del tema competitivo; es una forma de
entender la vida y es sobre todo una búsqueda personal. Y quizás aprendizaje, también.
No compito contra nadie, solo contra mí mismo. Quiero saber dónde me lleva todo
esto y hasta donde puedo llegar. Y especialmente quiero saber algo más de mis
límites. Hoy se mucho más de mí que antes de empezar a correr. Hoy conozco
mejor mi cuerpo y mi mente. Hoy sé que mi cuerpo es capaz de soportar bastante
razonablemente un esfuerzo de 105 km con más de 10.000 metros de desnivel
acumulado y durante más 20 horas. Nunca lo hubiera imaginado, desde luego. Como
curiosidad os comentaré que mi peso antes de la carrera rondaría los 74 kg. Al
terminar estaba en … ¡¡68 kg!! Y también sé que mi mente es capaz de gestionar,
casi sin momentos de debilidad, ese tremendo esfuerzo. Es más, creo que mi
mente está por encima de mi físico y que gracias a ella fui capaz de conseguir
finalizar el GTP. Pero hoy también se más acerca de algunas de mis emociones,
sensaciones, capacidades y estados de ánimo. Por ejemplo, nunca sospeché que
pudiera llegar a desarrollar una capacidad de sufrimiento como la que tengo
ahora mismo. Nunca pienso en rendirme, solo en continuar. A veces noto que mis
piernas están al límite y que ya no puedo más, pero la opción de parar no se
contempla. Siempre doy un paso más, a veces no logro entender cómo puedo darlo
o que me motiva a darlo, pero lo doy, y luego otro y otro. Es difícil de
explicar y seguramente de entender. Pero no todo es sufrir, por supuesto.
Tampoco imaginé que pudiera llegar a disfrutar tanto con algo, ni a necesitar
algo tanto, como necesito salir a la montaña. Y esa búsqueda en la que estoy
inmerso, en parte, le da sentido a mi vida actualmente. También soy consciente
de que, especialmente a nivel físico, todos estos esfuerzos pasen factura. De
hecho, me costó mucho recuperarme del GTP, y quién sabe si más pronto que tarde
tenga que parar y buscar otra cosa, pero mientras tanto, sigo buscando.
Mi historia con el GTP empezó ya hace varios años. Recuerdo perfectamente
una conversación en la plaza del Calicanto de Puebla de Valles, cuando creo que
todavía no habría completado un maratón de montaña, que ya verbalicé con varios
amigos que esta carrera me llamaba la atención y que sería increíble podérmela
plantear en un futuro. Y en realidad esta edición del 2023 no es la primera en
la que me inscribí, ya lo hice en la del 2020, pero llegó la pandemia y ya
sabemos todos lo que pasó. Ese año lógicamente no pude hacerla, y para el 2021
y 2022, no me lo plantee y tampoco pensé que ya fuera una opción real; pero
tras hacer la Madrid-Segovia en septiembre del 2022, todo cambió y la edición
del 2023 se convirtió en mi objetivo.
Una vez que alcanzo un objetivo y me pongo a reflexionar un poco sobre él,
a veces no sé qué me ha resultado más gratificante y satisfactorio, si
conseguir el logro en sí, o toda la preparación realizada para conseguirlo. En
ocasiones creo que plantearme algún reto e inscribirme a una carrera, no es más
que una excusa para disfrutar los meses anteriores con la preparación. Y este
es uno de esos casos, porque además la preparación para el GTP fue muy
especial, porque fue en Puebla de Valles. Tras los rigores del durísimo verano
del 2022 en Madrid, para el verano del 2023 nos planteamos la opción de irnos
al pueblo si surgía la posibilidad con alguna casa. Y esa posibilidad surgió, y
para allá que nos fuimos a pasar y disfrutar del verano del 2023. Y claro, vivir
allí cuando tienes que prepararte una prueba como el GTP, pues no tiene precio.
Sales de casa y ya estás en el campo. O con trayectos muy cortos de coche,
estás en Valdesotos, o en la Sierra de Concha, o a los pies del Ocejón, o en la
Sierra de Ayllón. Un lujo desde luego, y no lo desaproveché.
Esta vez el lugar era Navacerrada, el día D era el 6 de octubre, y la hora
H las 23:30 horas. Sin duda una de las cosas que más me atraía del GTP era la
de tener que pasar la noche entera “perdido” por la Sierra. Ya había tenido
alguna experiencia previa, pero esta iba a ser la definitiva. Y allí nos
presentamos David, Jesús y un servidor. Con objetivos completamente diferentes
los tres, pero con una única idea; terminar el GTP como fuera. Ellos ya tenían
experiencia en esta prueba, pero yo era la primera vez que me enfrentaba a este
reto y a esta mítica prueba.
Después de un septiembre algo complicado en lo meteorológico (mi
experiencia con la DANA en Benasque-Pirineos en la Trail2Heaven, fue tremenda),
la primera semana de octubre fue soleada y para el fin de semana se anunciaba
más de lo mismo. Nos presentamos en Navacerrada a eso de las 22:00 horas, no
era cuestión de andar con prisas. Una de las cosas por las que más me alegraba
que la carrera empezara a esa inusual hora, es que así no me olvidaría de poner
el despertador, cosa que me pasó en la Madrid-Segovia y que casi hace que
llegara tarde a la salida. Nos vamos preparando tranquilamente, dejamos la
bolsa de vida para Rascafría y nos dirigimos hacia la zona de salida. Cola para
pasar el control de material y, en mi caso, nervios, muchos nervios. Yo creo que
el día que antes de cada carrera no sienta esos nervios y esa tensión previa,
debo de dejarlo. Speech motivador del speaker, saludos con los compañeros de
aventura, pulsamos el ON del frontal, cuenta atrás y sin solución de
continuidad se da la salida.
Muchísima gente en las calles de Navacerrada animando y aplaudiendo. Me
encantan esos momentos en los que te sientes el protagonista y recibes todo ese
apoyo y animo como si fuera exclusivamente para ti, aunque seguro que todos
pensamos lo mismo. Salimos del pueblo, cruzamos la M-607 y ponemos rumbo hacia
La Barranca y desde allí hacia uno de los grandes obstáculos del día; la dura
subida a la Maliciosa y después, la no menos complicada bajada hacia Canto
Cochino, teniendo en cuenta que es noche cerrada y solo tenemos la ayuda de los
frontales.
Me tomo con calma esos primeros kilómetros por pista. Siempre picando hacia
arriba, pero por buen firme. Intento mantener un trote que me haga ir cogiendo
ritmo y sensaciones y que no desgaste mucho. Con la noche cerrada no puedes
verlo, pero sabes que, hasta llegar al aparcamiento de La Barranca, tienes
cerca un acompañante silencioso; el Hospital del Santo Ángel, más conocido como
el Sanatorio de La Barranca. Construido en 1941, primeramente, usado para
tratar enfermedades pulmonares y respiratorias y pandemias, y más tarde como
psiquiátrico. Cerrado, abandonado y vandalizado desde 1995, hoy este imponente
edificio con una fachada de más de 100 metros y 8 plantas de altura vigila esta
parte de la sierra. Su fantasmagórica y siniestra figura, rodeada de mil
leyendas de fantasmas, espiritismo, rituales satánicos y fenómenos
paranormales, parece que está próxima a su desaparición.
Dejamos la comodidad de la pista y nos adentramos en una senda que nos
llevará hasta el collado del Piornal y desde allí, giro a la derecha para
encarar la parte final de la subida a la Maliciosa. Los 9 primeros km, en 1h45’
y con más de 1000 metros positivos de desnivel ya en las piernas. La subida a
este pico, nunca te deja indiferente. Salvo que subas por la cara norte, el
resto tienen mucha dureza y son muy técnicas, con mucha roca y mucho granito.
Salvar ese desnivel nada más comenzar la carrera y por un terreno tan
complicado, te deja ya las patas bien calentitas. Probablemente lo mejor de la
subida eran esos momentos de levantar la cabeza, mirar para atrás y para abajo
y ver el zigzag de la línea de luces blancas de los frontales; y después mirar
para adelante y para arriba y ver esa misma línea y ese mismo serpenteo, pero
de las luces rojas traseras de los frontales. Disfrutar de esos instantes, en
mitad de la noche y a 2000 metros de altitud fue todo un privilegio.
Yo el mayor problema que le veo subir a la Maliciosa, es que después tienes
que bajarla. Así de simple. Si subir con ese desnivel y esa dificultad es
complicado, pues imaginaros bajando a las tantas de la madrugada y solo con la
luz del frontal. La bajada por la vertiente sureste, por la cuerda de los
Porrones, hacia Canto Cochino, no es nada sencilla. Hay momentos en los que te
puedes guiar por una ínfima senda que te orienta mínimamente, pero hay otros en
los que prácticamente te sumerges en unas caóticas rampas de infinitas rocas de
granito de variados tamaños, donde solo la intuición y las balizas, ponen un
poco de cordura a aquel sin sentido de la naturaleza. Y es que son cerca de 5
km los que transitamos por ese terreno. Si los 9km de subida ya te han dejado
las patas temblando, estos de bajada por ese terreno, te las rematan. Teniendo
en cuenta que además quedan 90km por delante. Una de las cosas que más temía
del GPT, era la subida y la bajada de la Maliciosa, y acerté de pleno.
Los últimos km antes de llegar al primer avituallamiento de Canto Cochino
nos dan un poco de tregua y podemos correr con tranquilidad. La senda es
estrecha, pero corrible y creo que todos la disfrutamos con ganas. En este
tramo hubo un momento que a mí me pareció gracioso al menos. El devenir de la
carrera hizo que delante de mí no hubiera nadie, pero detrás mucha gente. Y sin
quererlo, estaba yo allí al frente de un buen pelotón de corredores, marcando
ritmo y abriendo camino. Por un momento me sentí como Fer, cuando salimos a
entrenar y se pone delante a marcar un ritmo cómodo. Mas o menos era lo que
estaba haciendo yo. “Oye, el que va primero, el ritmo de puta madre, pero
procura no perderte que vamos aquí detrás 15 o 20”, dijo uno de mis seguidores.
No me perdí y llegamos a Canto Cochino sanos y salvos.
Sinceramente mis sensaciones en este primer avituallamiento no eran muy
buenas. Mucho más cansado de lo que esperaba y doliéndome las piernas. Como y
bebo un poco, intento hacer algún estiramiento suave, me ajusto la luz del
frontal para darle un poco más de intensidad y nos ponemos en marcha de nuevo.
Nada más salir de Canto Cochino, nueva subida hasta el collado de la Pedriza,
aunque más suave esta vez. También os digo, que después de lo de la Maliciosa,
con poco es más suave. Una vez coronado este collado, bajada y un nuevo tramo
de subida hasta el segundo avituallamiento del día en la Hoya de San Blas. No,
en el Muelle de San Blas no, en la Hoya de San Blas. Parte del tramo de bajada,
tampoco fue excesivamente fácil. Mucho tramo discurría que una especie de zanja
con bastante profundidad, poca anchura, y con mucha piedra y raíces que era
complicado de gestionar a veces.
Llegamos al avituallamiento y las sensaciones físicas siguen sin ser las
mejores. Estaba disfrutando mucho de la experiencia nocturna, pero no todo lo
que me hubiera gustado a estas alturas. No paro demasiado esta vez, bebo y
relleno mis recipientes, pero prefiero seguir andando y comer algo de lo que me
había preparado para la ocasión. Este tramo de unos 12,5 km hasta la Morcuera
fue básicamente una especie de reunión conmigo mismo. Tenía molestias en las
dos piernas, en los gemelos y las rodillas. Sinceramente contaba con ellas,
pero no a estas alturas de la carrera, con escasos 30 km a la mochila. Los
esperaba más tarde, quizás ya cerca de Peñalara o algo así, pero no en este
momento. Estuve pensando mucho y valorando la situación. Me estaba planteando todo,
incluso la posibilidad de dejarlo en la Morcuera si continuaba así. Pero en
esas estaba, cuando recordé que, por si acaso, me había metido en la mochila un
pequeño bote de crema; con lo que finalmente opté por llegar al avituallamiento
de la Morcuera, sentarme un momento, masajear la zona del gemelo interno de
ambas piernas y dar una patada hacia delante al problema y probar hasta la
parada de la bolsa de vida en Rascafría. El caso es que, por unas cosas u
otras, este tramo se pasó bastante rápido. Todo prácticamente en subida, aunque
en este caso bastante cómoda, salvo quizás el último tramo hasta llegar al
puerto. Mucha pista ancha y de buen firme, donde opté por ir andando a buen
ritmo para intentar dar un poco de tregua a las piernas.
Alcancé el puerto de la Morcuera a eso de las 7 de la mañana, todavía noche
cerrada, pero ya más cercano el amanecer. Vi una silla vacía y según lo
previsto, tomé asiento, saqué la crema y me di un buen masaje donde más
molestias tenía. Corto, pero intenso. Aquí si comí algo de lo que nos ofrecían
en las mesas, recargué agua y continué mi camino. Tampoco era cuestión de
quedarse frio. Por delante casi 15 km de descenso hasta Rascafría. Todos ellos
muy favorables, con pista ancha, buen firme y desnivel constante. La idea era
correr a un ritmo llevadero, pero sin abusar. No se trataba de meterme una
paliza ahora en esos kms solo por el hecho de ser propicios. La idea era
intentar ser inteligente y pensar no solo en este tramo, sino también en cómo
estaba el físico y sobre todo en lo que nos quedaba después de Rascafría.
Disfruté mucho este tramo la verdad, pude correr a gusto, sin muchas
molestias, y además aquí me coincidió el amanecer. La salida del sol para el 7
de octubre del 2023 estaba prevista sobre las 8:16 horas, y a esas alturas yo
ya estaba cerca de El Paular. La pena que justo esta zona es de bosque y con el
arbolado no pude disfrutar de todo el esplendor de ese momento, pero esa
sensación de sentir como va desapareciendo la oscuridad más absoluta y como ese
haz de luz del frontal, que ha sido tu fiel e inseparable compañero durante
tantas horas, va perdiendo la batalla con la poderosa luz y claridad de la
mañana, es muy reconfortante. Por fin puedes ver lo que te rodea y no solo los
pocos metros que te muestra el frontal.
En resumen, se hizo de día y empezaba una carrera completamente
diferente. Por cierto, un sobresaliente para el frontal que me acaba de comprar
y que cumplió como un campeón. La batería me duró toda la noche, sin necesidad
de cambiarla.
Sin prisa, pero sin pausa, dejo atrás El Paular y su imponente Monasterio
de Santa María y a continuación alcanzó la localidad de Rascafría. Una
considerable cuesta nos lleva hasta el polideportivo, donde está la bolsa de
vida. Me siento en una silla, me cambio de ropa, me masajeo nuevamente los
gemelos, como y bebo con ganas y me pongo nuevamente en marcha. Fuerzas
renovadas en estas primeras horas de la mañana para afrontar lo que viene;
subida al Reventón, subida a Peñalara y, por último, subir a Bola del Mundo. A
estas alturas, y según el rutómetro de la prueba, ya llevábamos en las piernas
2400m+ en 56km. Y por delante nos quedaban 2700m+ en 49km. Al lio.
Tengo buenas sensaciones después del tramo de la Morcuera a Rascafría y
después del avituallamiento. Las molestias son más llevaderas, la mañana es
espectacular y la subida al Reventón me da buenas vibraciones. Son más de 9km
con casi 900m+. Pero en general bastante tolerables. Una primera parte de unos
4km por senda, con mucha sombra y bonitos parajes; para luego ya enlazar con
otro tramo por pista de otros 4km, más abierto, más cómodo y con unas
panorámicas increíbles del macizo de Peñalara y de la Cuerda Larga, que nos va
a dejar muy cerca de la cima, donde tenemos otro avituallamiento. Y un último
tramo de 1km hasta que coronamos el Reventón, donde la senda es muy fina y casi
imperceptible. Alcanzo los 2.039m de altura del Reventón y al momento me doy
cuenta de que, con diferencia, ha sido el tramo que más he disfrutado de lo que
llevo de carrera. Lo que en ese momento no sabía, es que también iba a ser el
tramo que más disfruté de toda la carrera. Era consciente, como he comentado
antes, que las sensaciones físicas después de la Maliciosa no eran las mejores,
por lo que las de esta subida me pillaron por sorpresa. Toda la subida a muy
buen ritmo y mantenido durante los más de 9km. Con la impresión de tener
fuerzas y de adelantar a mucha gente en este tramo.
Una vez coronado el Reventón, iniciamos un vertiginoso descenso, donde en
menos de 8km vamos a descender exactamente el mismo desnivel que en la subida,
porque casualmente Rascafría y La Granja de San Ildefonso está a la misma
altitud. Pero ojo, el mismo desnivel, con dos km menos. Un primer tramo un poco
más técnico, sin apenas senda y guiándote casi más por la intuición, para
salvar los obstáculos de los matorrales, para desembocar pasados unos 2km en
una pista ancha, que nos llevará hasta La Granja y su avituallamiento. Y van
73km. Eso sí, compartiendo un buen tramo junto a la valla que nos separa de esa
maravilla que es el Palacio de la Granja y sus espectaculares jardines. Saber
que estás a escasos metros de tanta belleza, te abruma un poco. Y en el avituallamiento
repito el ritual de los anteriores. Me siento en una silla, otro masaje y comer
y beber. Un poco decepcionante esta parada respecto a la comida y la bebida, la
verdad. Dejo atrás La Granja, desandando parte de lo andado en la bajada y
reflexiono un poquito sobre este último tramo y lo que se viene por delante. La
bajada no ha sido sencilla, principalmente porque me ha resultado complicado
poder correr a buen ritmo en ese tramo de descenso. Con el paso de los metros
me empezaban a molestar las rodillas y alrededores, y tenía que bajar el ritmo
e incluso andar. No tenía problema para andar rápido, pero si para correr. Y en
algunos tramos de la pista, era tal el desnivel que incluso era difícil hacerlo
andando, ya que la inclinación te obligaba a correr, o al menos trotar, aunque
no quisieras.
No obstante, yo era muy optimista al salir de La Granja. Si se me dio bien
la subida al Reventón, ¿por qué no se me iba a dar bien la subida a Peñalara?
Pronto saldría de dudas. Como comentaba antes, al salir de La Granja
desandábamos un tramo de la pista por la que habíamos bajado antes, hasta que
nos desviamos a una pequeña senda. Antes de ese desvío, la pista dibujaba tres
curvas muy cerradas y con mucho desnivel. En esas curvas se despejaron mis
primeras dudas. No eran buenas las sensaciones. Cuando crucé la valla y me
desvié a la senda, me quedo todo mucho más claro. Iba a sufrir y mucho, además.
El primer tramo de la senda tenía un desnivel tremendo y además era muy
técnica. No creo que ni llevara 200 metros y la sensación que tenía era que las
piernas iban al límite. Me dio por pensar. Desde La Granja a Peñalara había
10,5 km y salvábamos un desnivel + de 1.260 metros. Siendo además muy técnicas
y complicadas muchas partes de ese ascenso. Deje de pensar en eso al momento. Y
comencé a sufrir. Y cuando digo sufrir, me refiero a SUFRIR. En
mayúsculas, negrita y subrayado, para que lo entendáis bien. Como referencia,
os diré que ese tramo de 10,5 km tarde en completarlo…¡¡¡3 horas y 22
minutos!!! Imaginaros el ritmo, la cadencia, la frecuencia, la dificultad del
terreno y lo jodido que iba yo. Hubo muchos tramos en los que cada paso era una
autentica agonía. Esa sensación de pensar que no tienes más fuerza, pero das
otro paso. Sigues sin fuerzas, pero das otro. Y así multiplicado por no sé
cuantos miles de pasos que daría en esas más de tres horas. Sigo pensando en
esos momentos y casi tengo sudores fríos. Primero alcanzamos el Puerto de los
Neveros, a 2.096 metros de altitud y situado en la misma cuerda del macizo de
Peñalara. El último tramo antes de alcanzar este Puerto fue donde “mejores”
sensaciones tuve. Especialmente después de una breve parada para gestionar una
ampolla que amenazaba con salir en un dedo del pie derecho y dificultar más, si
cabe, el trayecto que faltaba.
Al alcanzar la cuerda, la primera sensación fue como de alivio, pensando
que lo peor estaba superado. Pero nada más lejos de la realidad. Fue girar la
cabeza a la derecha para seguir las balizas, y me di cuenta de que esa realidad
era bien distinta. Cuando vi lo que tenía por delante, el mundo se me vino
encima. Ver las moles inmensas de miles de piedras que son los Riscos de los
Pájaros y, sobre todo, el Risco de Claveles, fue complicado de gestionar.
Cuando terminé la carrera, os escribí un mensaje al chat de “Rodarán” y os dije
que un tramo de la carrera me había parecido el mismísimo infierno. Pues
exactamente fueron estos poco más de 2 km desde Los Neveros hasta Peñalara. Es
difícil de explicar. No son solo los miles de rocas de granito de múltiples y
variados tamaños, peso y formas que tienes que superar. No es solo que para
alcanzar esos riscos tengas a veces que literalmente escalar. No es solo que
cuando estás en lo alto de ellos, prefieras no mirar a los lados, porque, aún
sin tener vértigo, los abismos que hay a ambos lados te impresionen. No es solo
que tengas que medir cada paso que das para evitar males mayores. No es solo
que tengas la sensación de que no vas a llegar nunca a Peñalara y te vas a
quedar para siempre en ese océano inmenso de rocas y piedras. No es solo que
llevas ya en la mochila más de 80 km. No es solo que ya lleves unas 16 horas
desde que saliste de Navacerrada el día anterior. Es todo eso y mucho más. Al
final ya no es solo sufrimiento, es una mezcla de eso con un poquito de agonía
y otro poquito más como de angustia y ansiedad. ¿Y cómo gestionas estos
momentos? Pues ahí iríamos a lo que os comenté al principio de esta crónica con
lo de “creo que mi mente está por encima de mi físico”. Autocontrol, confianza,
no desesperar, solo pensar en el paso siguiente y pensar que estás ahí porque
tú lo has querido, y porque estás haciendo algo que te llena, que te encanta y
que disfrutas con ello.
Pero, aunque no os lo creáis, finalmente conseguí llegar a la cima de
Peñalara y a sus 2.428 metros. El techo de la Sierra. Bueno en realidad, quien
no se lo creía era yo. Muy de agradecer la ovación con la que nos iban
recibiendo a todos los participantes, un grupito de gente que nos esperaban
junto al vértice geodésico. No me lo creía, sinceramente. Esos primeros
momentos tras conseguir alcanzar, lo que durante unas horas me pareció un
absoluto imposible, fueron muy especiales. Por un lado, una satisfacción
increíble por haber alcanzado Peñalara y porque ahora sí que el objetivo de la
meta ya era más real. Y, por otro lado, una especie de sensación de alivio
tremenda. Era como si me hubieran quitado una mochila enorme de muchos kilos de
la espalda. Tenía un poco la sensación casi de flotar. Y me sentía feliz, muy
feliz. Estaba a escasos 21 km de Navacerrada. Si, en realidad es una ½ maratón,
pero cuando ya llevas 4 en las piernas, pensar que solo te queda una más te
parece casi gloria bendita.
Estaba tan contento por haber dejado atrás el infierno de la subida a
Peñalara, que no me di ni un momento de tregua. Era como si quisiera dejarlo
atrás cuanto antes. Me puse manos a la obra para encarar la bajada hasta Cotos.
Conocía perfectamente ya el terreno hasta la meta de Navacerrada y eso te da
una pequeña ventaja. Aunque sí que es cierto que nunca había estado por allí,
con más de 83 km y 4.500 metros + en las piernas, y eso hace que todo sea muy
diferente. La bajada hasta Cotos no te da mucha licencia, tramos con mucha
pendiente, mucha piedra, para variar, y solo al final con el último tramo de
pista más ancha y, sobre todo, sin piedras, te da un poco de pausa. Una vez que
finalmente alcanzo el Centro de Visitantes, hago parada obligatoria en la
fuente que hay junto a él. Increíblemente fresca siempre. Aprovecho para
refrescarme, lavarme un poco y llenar mis botellas con agua fresca que con el
calor se agradece. Cruzo la carretera dejando atrás la famosa Venta Marcelino,
hago una breve parada en el avituallamiento, y sin muchos miramientos encaro la
que será la última subida del día.
De Cotos al alto de Guarramillas, también conocido como la Bola del Mundo,
por la senda de la Loma del Noruego. Estaba pletórico de felicidad. Haber
alcanzado Peñalara después de tanto sufrimiento, me había dado un chute de
alegría y de euforia tremendos. Físicamente seguía tocado, pero mentalmente
estaba a tope. Son 5 km de subida con un desnivel + de 500 metros, pero ya era
lo último. Después de la Maliciosa, de la Morcuera, del Reventón, de los
Neveros, del Risco de los Pájaros, del Risco de Claveles y de Peñalara, ya solo
quedaba esta subida. La subida la conocía de sobra, es tendida y constante, con
algún descanso incluso, con zonas de mucha piedra y con un último tramo más
vertical, en el momento que cruzas la valla y pasas a la zona de las pistas de
la estación de Valdesquí. Vuelves a sufrir porque los cuádriceps no dan para
más. Ni tampoco los gemelos, ni los soleos, ni los tibiales, ni ningún músculo
de las piernas. Cada paso es una agonía, pero sabes que es uno menos y ahora ya
sí que quedan muy pocos por dar. La cuenta atrás está llegando a su fin,
"The Final Countdown", como inmortalizaron en los 80, los míticos
Europe. Somos pocos los que coincidimos en ese tramo, todos vamos igual de
jodidos, pero todos sabemos que la gloria está cercana. Cuando por fin supero
ese tramo más vertical que os comentaba, y por una pequeña senda, ya más suave
de inclinación, encaramos los últimos metros de la subida…puffff…la felicidad
es tremenda. No puedo más que levantar los brazos y el rostro hacia el cielo
completamente azul de esa tarde del 7 de octubre y gritar. Gritar de emoción,
de entusiasmo y de excitación. Pero también de rabia y de furia. No es la línea
de meta, pero como si lo fuera.
Sin lugar a duda la Bola del Mundo es un lugar muy simbólico y especial de
la Sierra de Guadarrama. Según me acerco a la cumbre, a mi derecha queda el
Domo metálico con la guía geográfica de todas las montañas que se pueden ver
desde este punto; y a mí izquierda van quedando el Ventisquero de la Condesa,
la pequeña y curiosa caseta de cemento donde nace el Rio Manzanares, y un poco
más adelante las míticas antenas que coronan el alto de Guarramillas. Punto
emblemático donde los haya y visibles desde muchos kms a la redonda. Desde el
apagón analógico del 2010, ya solo dan señal para radio en FM. Afortunadamente
el avituallamiento y el control de chip no están en la cumbre, sino en la curva
de la pista de cemento donde finaliza el teleférico, por lo que en esos metros
puedo ir digiriendo lo que ahora ya sí que estoy a punto de conseguir. Según el
control de tiempos, alcanzo el avituallamiento a las 18h21’51’’ de la tarde,
sumando ya desde la salida un total de 18h51’51’’.
Quedan 10 km hasta Navacerrada. Pero ojo, que en los poco más de 6 km que
nos quedan hasta La Barranca, vamos a salvar casi 900 de desnivel negativo, que
a estas alturas no es moco de pavo. Seguimos bajando por la pista de cemento,
bastante concurrida todavía a esas horas de gente disfrutando del fin de semana
y de un maravilloso día, hasta que unas curvas más abajo nos desviamos hacia
una senda a la izquierda, y unos pocos de metros después, en el Collado de los
Pastores, otro desvío a la izquierda para coger el camino de la Tubería que nos
llevará hasta La Barranca. Me tomo con calma el primer tramo de la bajada,
porque no es sencillo. Senda estrecha y muchísimas piedras y raíces. Llevo
encima casi 100 km y 19 horas y además ves que la meta se acerca. Todo eso
afecta a la concentración, a la atención y a la capacidad de respuesta. Poco
después lo sufro en persona. Muchas raíces cruzando y sobresaliendo en la senda
y en una de ellas tropiezo y doy con mi ya maltrecho cuerpo en el suelo. La
velocidad no era alta y me dio tiempo a poner las manos. “Algún raspón y poca
cosa”, pensé estando en el suelo, pero cuando dirijo la mirada a la derecha y
veo una piedra considerable a escasos milímetros de mi cara, me doy cuenta de
que el tema pudo ser peor. Pero tampoco te vas a lamentar de lo que pudo haber
sido y no fue. Arriba y a seguir. Intentando, si cabe, ir con un poco más de
concentración y evitar otro susto parecido.
Van pasando los metros sin más sustos importantes y también se va quedando
atrás esa senda más peligrosa, que poco a poco se va transformando en otra
senda un poquito menos comprometida. Hasta que finalmente alcanzamos la Fuente
de Mingo, donde después de refrescarme a conciencia, encaramos ya los últimos
kms del día y desandamos los primeros kms de la carrera, realizados el día
anterior hará cerca de 20 horas. Casi nada. Seguimos avanzando, con una sonrisa
cada vez más amplia en la cara, hasta que en el km 98 salimos por fin a la
pista. Bendita pista y bendito suelo firme, libre ya de piedras, rocas, raíces
y obstáculos varios que me han acompañado durante tanto y tanto tiempo. En
cuanto piso la pista el ansia viva me puede y me pongo a correr con ganas, pero
unos cientos de metros después, molestias y sobrecargas varias en las piernas
me devuelven a la realidad y no me queda más remedio que dejar de correr y
ponerme a andar rápido o trotar muy suave. Dejo atrás el parque de aventuras,
un poco más adelante el embalse del Ejército del Aire, construido en su día
para abastecer el Sanatorio que os comenté al principio y que hoy ha creado a
su alrededor un rico ecosistema de gran biodiversidad, y finalmente alcanzó el aparcamiento
de La Barranca, ultimo control de chip y escasos…¡¡4 km hasta META!!
El último tramo de pista que ya me dejará a las puertas del pueblo de
Navacerrada, es un poco disfrute conmigo mismo. Super emocionado de estar a
punto de conseguir este logro. Quizás solo un poco empañado por esa dificultad
para correr y ver que se me estaban escapando algunos puestos de gente que me
estaba adelantando. El gen competitivo, ya sabéis. Ultimo repecho antes de
alcanzar la rotonda de la M-607 y cuando estoy a punto de cruzarla oigo que
otro corredor se está acercando. Ni de coña. Cierro puños, aprieto dientes y me
pongo a correr por las calles de Navacerrada con lo poco que me queda.
Afortunadamente el perfil es favorable. Incluso fui capaz de recuperar un par
de los puestos perdidos. Calle de las Eras, plaza del Gargantón, calle
Manzanares, calle del Cuartel, calle de las Huertas, plaza del Dr. Gereda y
finalmente la meta en el paseo de los Españoles. Es difícil de describir los
pensamientos y las sensaciones mientras iba realizando este recorrido por el
pueblo de Navacerrada. Habían pasado muchas horas y de nuevo estaba en las
mismas calles. Siempre, cuando se da la salida de una carrera, pienso lo mismo,
cuando volveré a estar aquí, pero en la otra dirección, en sentido contrario;
terminando y no empezando. Y en esta ocasión también lo pensé, por supuesto,
pero con la diferencia de que esta vez iba a ser elevado a la enésima potencia,
porque esta vez volvía a pisar esos mismos metros de la salida, después de 105
km y 20h21’03’’.
El objetivo de un reto, no es solo conseguirlo, también es disfrutarlo todo
el tiempo que te lleva conseguirlo. Desde el momento en que lo planteas, el
periodo en el que te lo preparas y el momento en el que finalmente lo
consigues. Tú crees que eliges el desafío, luego estas convencido que ese mismo
desafío te va moldeando y transformando a ti; pero quizás al final la
conclusión sea que todo está escrito y que tenía que ser así, porque no podía
ser de otra manera. No sabes si tú has elegido al desafío, o si él te ha
elegido a ti. Seguramente yo no lo sabía ni hace 5 años, ni 10 años, ni 30
años, ni tampoco cuando para mí era un horror la prueba de resistencia de los
1.000 metros en el instituto; pero quizás en todos esos momentos ya estaba
escrito en mi destino que iba a conseguir algo como esto. Cuando estás en esos
últimos metros, a punto de conseguir tu META, aparte de la alegría y la
satisfacción, creo que también hay como una especie de sensación de alivio, de
descanso y de paz interior. A mi estos retos me ayudan a tener un foco, a tener
un propósito, a que los días no se conviertan en una rutina porque tienes algo
en el horizonte que te estimula y te incentiva; pero al final
inconscientemente, también es como una especie de carga, de presión y de mochila
que te vas echando a la espalda y que termina pesando un poco; y esos metros
finales son también el momento de quitártela y de mandarla a tomar por saco. Y
cruzas la META y gritas, y lloras y levantas los brazos y te sientes un
superhombre. Solo por unos instantes, pero que instantes compañer@s. Fuimos 344
los inscritos, 297 los que tomamos la salida, 93 los que se retiraron durante
la prueba, 204 los que conseguimos terminar y 122 mi posición final. Orgulloso
no, lo siguiente.
Por cierto, no pude conseguir bajar de las 20 horas, pero al menos no entré
de noche, aunque por las fotos no lo parezca, os aseguro que, por poco, pero
todavía era de día.
PD.: Esta carrera va dedicada especialmente a dos seres de luz que te he
tenido la suerte de que se cruzaran en mi vida. A Alvarito y a Duckito. Dos
luchadores con una increíble capacidad de resistencia y de ganas por aferrarse
a la vida, porque la vida puede ser maravillosa; especialmente cuando estás
rodeado de tanta gente que te quiere. Mucha gente estuvo en mis pensamientos
durante este gran desafío, pero ellos dos especialmente. En ellos pensé en los
momentos en los que creía que ya no podía más y que quizás me tenía que rendir.
Ellos me alentaron y me dieron ánimos y fuerza para seguir, y por ellos lo
conseguí. Y para ellos es. Gracias a los dos. Os quiero.
1 comentario:
Ya lo dijo Millas..
"La soledad era esto"
Enhorabuena por la hazaña y por el valor para contarlo, que hoy en día sabiendo lo que la gente lee es más meritorio arriesgarse a escribirlo y quede en el limbo.
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